dimarts, 16 de setembre del 2014

El canto del pájaro-Anthony de Mello




EL CANTO DEL PÁJARO

 

 

 

ANTHONY DE MELLO











Este libro fue pasado a formato Word para facilitar la difusión, y con el propósito de que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más.      HERNÁN



Para descargar de Internet: Biblioteca Nueva Era

Rosario – Argentina

Adherida al Directorio Promineo
FWD:   www.promineo.gq.nu






Este libro ha sido escrito para gentes de cualquier creencia, religiosa o no-religiosa. No puedo ocultar a mis lectores, sin embargo, el hecho de que yo soy sacerdote de la Iglesia Católica, que me he adentrado con toda libertad en tradi­ciones místicas no-cristianas y que éstas me han influenciado y enriquecido profundamente. A pesar de lo cual, nunca he dejado de volver a mi Iglesia, que es mi verdadero hogar espiritual; y aunque me doy perfecta cuenta (a veces con auténtico asombro) de sus limitaciones y de su ocasional estrechez, también soy perfectamente consciente de que ha sido ella la que me ha formado, me ha moldeado y ha hecho de mí lo que soy. Por eso es a ella, mi Madre y Maestra, a quien deseo dedicar amorosamente este libro.

A todo el mundo le gustan los cuentos, y son precisamente cuentos -y en abundancia- lo que el lector hallará en este libro: cuentos budistas, cuentos cristianos, cuentos Zen, cuentos asideos, cuentos rusos, cuentos chinos, cuentos hindúes, cuentos Sufí, cuentos antiguos y modernos.

Estos cuentos poseen todos ellos, sin embargo, una peculiar carac­terística: si se leen de una determinada manera, ocasionan un verdadero crecimiento espiritual.

CÓMO LEER ESTOS CUENTOS


Hay tres modos de hacerlo:

1. Leer un cuento una sola vez y pasar al siguiente. Este modo de leer sirve únicamente de entretenimiento.

2. Leer un cuento dos veces, reflexionar sobre él y aplicarlo a la propia vida. Es una especie de teología que puede practi­carse con bastante provecho en grupos pequeños en los que cada miembro comparte con los demás las reflexiones que el cuento le ha suscitado. Lo que se origina entonces es un círculo teológico.

3. Volver a leer el cuento, después de haber reflexionado sobre él. Crear un silencio interior y dejar que el cuento le revele a uno su profundo significado interno. Un significado que va mucho más allá de las palabras y las reflexiones. Esto lleva progresivamente a adquirir una especie de sensibilidad para lo místico.

También se puede tener presente el cuento durante todo el día y dejar que su fragancia o su melodía le ronde a uno. Es preciso dejar hablar al corazón, no al cerebro. De este modo también se hace tino una especie de místico. Y es precisamente con esta finalidad mística con la que han sido escritos la mayoría de estos cuentos.

ADVERTENCIA:

La mayor parte de los cuentos van acompañados de un comen­tario, el cual no pretende ser sino un ejemplo del tipo de comen­tario que cada cual puede hacer. Haga el lector sus propios comentarios, sin conformarse con los que ofrece el libro, porque éstos muchas veces' evidenciarán su carácter limitativo y, en ocasiones, hasta engañoso.
¡Cuidado con aplicar el cuento a cualquier persona (un sacerdote, un vecino, la misma Iglesia) que no sea uno mismo! Si así se hace, el cuento será espiritualmente dañoso. Cada uno de estos cuentos tiene que ver con uno mismo, no con cualquier otra persona.
Si se lee el libro por primera vez, léanse los cuentos en el orden en que están. Dicho orden pretende comunicar una enseñanza v un espíritu que pueden perderse si se leen los cuentos al azar.

GLOSARIO:

Teología: El arte de narrar cuentos acerca de lo divino. También, el arte de escuchar dichos cuentos.

Misticismo: El arte de gustar y sentir en el corazón el signifi­cado interno de dichos cuentos, hasta el punto de ser transformado por ellos.



COME TÚ MISMO LA FRUTA


En cierta ocasión se quejaba un discípulo a su Maestro: «Siempre nos cuentas historias, pero nunca nos revelas su significado» El Maestro le replicó: «¿Te gustaría que alguien te ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?».

Nadie puede descubrir tu propio significado en tu lugar. Ni si quiera el Maestro.

UNA VITAL DIFERENCIA


Le preguntaron cierta vez a Uwais, el Sufí: «¿Qué es lo que la Gracia te ha dado?». Y les respondió:
«Cuando me despierto por las mañanas, me siento como un hombre que no está seguro de vivir hasta la noche».
Le volvieron a preguntar:
«Pero esto ¿no lo saben todos los hombres?». Y replicó Uwais: «Sí, lo saben, Pero no todos lo sienten».

Jamás se ha emborrachado nadie a base de comprender intelec­tualmente la palabra VINO.

EL CANTO DEL PAJARO


Los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer acerca de Dios.
Les dijo el Maestro: «Dios es el Desconocido y el Incognoscible. Cualquier afirmación acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas, no será más que una distorsión de la Verdad».
Los discípulos quedaron perplejos: «Entonces, ¿por qué hablas sobre Él?».
«¿Y por qué canta el pájaro?», respondió el Maestro.
El pájaro no canta porque tenga una afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar.

Las palabras del alumno tienen que ser entendidas. Las del Maes­tro no tienen que serlo. Tan sólo tienen que ser escuchadas, del mismo modo que uno escucha el viento en los árboles y el rumor del río y el canto del pájaro, que despiertan en quien lo escucha algo que está más allá de todo conocimiento.

EL AGUIJÓN


Hubo un santo que tenía el don de hablar el lenguaje de las hormigas.
Se acercó a una que parecía más enterada y le preguntó: «¿Cómo es el Todopoderoso? ¿Se parece de algún modo a las hormigas?».
La docta hormiga le respondió: «¿El Todopoderoso? En absoluto. Las hormigas, como puedes ver, tenemos un solo aguijón. Pero el Todopoderoso tiene dos».

Escena sugerida por el anterior cuento:
Cuando se le preguntó cómo era el cielo, la sabia hormiga replicó solemnemente: «Allí seremos igual que Él, con dos aguijones cada uno, aunque más pequeños».
Existe una fuerte controversia entre las distintas escuelas de pensamiento religioso acerca de dónde exactamente se hallará ubicado el segundo aguijón en el cuerpo glorioso de la hormiga.

EL ELEFANTE Y LA RATA


Se hallaba un elefante bañándose tranquilamente en un remanso, en mitad de la jungla, cuando, de pronto, se presentó una rata y se puso a insistir en que el elefante saliera del agua.
«No quiero», decía el elefante. «Estoy disfrutando y me niego a ser molestado».
«Insisto en que salgas ahora mismo», le dijo la rata.
«¿Por qué?», preguntó el elefante.
«No te lo diré hasta que hayas salido de ahí», le respondió la rata.
«Entonces no pienso salir», dijo el elefante.
Pero, al final, se dio por vencido. Salió pesadamente del agua, se quedó frente a la rata y dijo:
«Está bien; ¿para qué querías que saliera del agua?».
«Para comprobar si te habías puesto mi bañador», le respondió la rata.

Es infinitamente más fácil para un elefante ponerse el bañador de una rata que para Dios acomodarse a nuestras doctas ideas acerca de Él.



LA PALOMA REAL


Nasruddin llegó a ser primer ministro del rey. En cierta ocasión, mientras deambulaba por el palacio, vio por primera vez en su vida un halcón real.
Hasta entonces, Nasruddin jamás había visto semejante clase de paloma. De modo que tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón.
«Ahora pareces un pájaro como es debido», dijo. «Tu cuidador te ha tenido muy descuidado».

¡Ay de las gentes religiosas que no conocen más mundo que aquel en el que viven y no tienen nada que aprender de las personas con las que hablan!

EL MONO QUE SALVO A UN PEZ


«¿Qué demonios estás haciendo?», le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol.
«Estoy salvándole de perecer ahogado», me respondió.

Lo que para uno es comida, es veneno para otro. El sol, que permite ver al águila, ciega al búho.

SAL Y ALGODÓN EN EL RÍO


Llevaba Nasruddin una carga de sal al mercado.. Su asno tuvo que vadear un río y la sal se disolvió.
Al alcanzar la otra orilla, el animal se puso a corretear, contentísimo de haber visto aligerada su carga.
Pero Nasruddin estaba enfadado de veras. Al siguiente día en que había mercado Nasruddin cubrió los sacos con abundante algodón. Al cruzar el río, el asno casi se ahoga por culpa del exceso de peso. «¡Tranquilízate!», dijo alborozado Nasruddin. «¡Esto te enseñará que no siempre que cruces el río vas a ganar tú!».

Dos hombres se aventuraron en la religión. Uno de ellos salió vivificado. El otro se ahogó.

LA BÚSQUEDA DEL ASNO


Todo el mundo se asustó al ver al Mullah Nasruddin recorrer apresuradamente las calles de la aldea, montado en su asno.
«¿Adónde vas, Mullah?, le preguntaban. «Estoy buscando a mi asno», respondía Nasruddin al pasar.

En cierta ocasión vieron a Rinzai, el Maestro de Zen, buscando su propio cuerpo. Ello hizo que se rieran mucho sus más estú­pidos discípulos.
¡Llega uno a encontrarse con gente seriamente dedicada a buscar a Dios!

LA VERDADERA ESPIRITUALIDAD

Le preguntaron al Maestro: «¿Qué es la espiritualidad?».
«La espiritualidad», respondió, «es lo que consigue proporcionar al hombre su transformación interior».
«Pero si yo aplico los métodos tradicionales que nos han transmitido los Maestros, ¿no es eso espiritualidad?».
«No será espiritualidad si no cumple para ti esa función. Una manta ya no es una manta si no te da calor».
«¿De modo que la espiritualidad cambia?».
«Las personas cambian, y también sus necesidades. De modo que lo que en otro tiempo fue espiritualidad ya no lo es. Lo que muchas veces pasa por espiritualidad no es más que la constancia escrita de métodos pasados».

Hay que cortar la chaqueta de acuerdo con las medidas de la persona, v no al revés.

EL PEQUEÑO PEZ

«Usted perdone», le dijo un pez a otro, «es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado».
«El Océano», respondió el viejo pez, «es donde estás ahora mismo».
«¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.

Se acercó al Maestro, vestido con ropas sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi: «He estado buscando a Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas las partes donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de los montes, en el centro del desierto, en el silencio de los monasterios y en las chozas de los pobres».
«¿Y lo has encontrado?», le preguntó el Maestro.
«Sería un engreído y un mentiroso si dijera que sí. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?».
¿Qué podía responderle el Maestro? El sol poniente inundaba la habitación con sus rayos de luz dorada. Centenares de gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar... Y sin embargo, aquel buen hombre podía sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba buscándolo.
Al cabo de un rato, decepcionado, salió de la habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte.
Deja de buscar, pequeño pez. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.

¿HAS OÍDO EL CANTO DE ESE PÁJARO?

Los hindúes han creado una encantadora imagen para describir la relación entre Dios y su Creación. Dios «danza» su Creación. El es su bailarín; su Creación es la danza. La danza es diferente del bailarín; y, sin embargo, no tiene existencia posible con independencia de El. No es algo que se pueda encerrar en una caja y llevárselo a casa. En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir.
En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado. Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el tiempo pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando, analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras... Ruido, ruido, ruido... Guarda silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra... Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a él, al Bailarín en persona.

El discípulo se quejaba constantemente a su Maestro Zen: «No haces más que ocultarme el secreto último del Zen». Y se resistía a creer las consiguientes negativas del Maestro. Un día, el Maestro se lo llevó a pasear con él por el monte. Mientras paseaban, oyeron cantar a un pájaro.
«¿Has oído el canto de ese pájaro?», le preguntó el Maestro.
«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada».
«Sí», asintió. el discípulo.

Si realmente has oído cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol..., deberías saber (más allá de las palabras y los conceptos).

¿Qué dices? ¿Que has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya. Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro?

¡PUEDO CORTAR MADERA!

Cuando el Maestro de Zen alcanzó la iluminación, escribió lo siguiente para celebrarlo:
«¡Oh, prodigio maravilloso: Puedo cortar madera y sacar agua del pozo!».

Para la mayoría de la gente no tienen nada de prodigioso activi­dades tan prosaicas como sacar agua de un pozo o cortar madera. Un vez alcanzada la iluminación, en realidad no cambia nada. Todo sigue siendo igual. Lo que ocurre es que entonces el corazón se llena de asombro. El árbol sigue siendo un árbol; la gente no es distinta de como era antes; y lo mismo sucede con uno mismo. La vida no prosigue de manera diferente. Puede uno ser tan variable o tan ecuánime, tan prudente o tan alocado como antes. Pero sí existe una diferencia importante: ahora puede uno ver todas las cosas de diferente modo. Está uno como más distanciado de todo ello. Y el corazón se llena de asombro.
Esta es la esencia de la contemplación: la capacidad de asombro. La contemplación se diferencia del éxtasis en que éste lleva a uno a «retirarse». Pero el contemplativo iluminado sigue cortando madera y sacando agua del pozo. La contemplación se diferencia de la percepción de la belleza en que ésta (un cuadro o una puesta de sol) produce un placer estético, mientras que la contemplación produce asombro, prescindiendo de que lo que se contemple sea una puesta de sol o una simple piedra.
Y ésta es prerrogativa del niño, que con tanta frecuencia se asombra. Por eso se encuentra tan a sus anchas en el Reino de los Cielos.

LOS BAMBÚES


Nuestro perro, Brownie, estaba sentado en tensión, las orejas aguzadas, la cola meneándose tensamente, los ojos alerta, mirando fijamente hacia la copa del árbol. Estaba buscando a un mono. El mono era lo único que en ese momento ocupaba su horizonte consciente. Y, dado que no posee entendimiento, no había un solo pensamiento que viniera a turbar su estado de absoluta absorción: no pensaba en lo que comería aquella noche, ni si en realidad tendría algo que comer, ni en dónde iba a dormir. Brownie era lo más parecido a la contemplación que yo haya visto jamás.
Tal vez tú mismo hayas experimentado algo de esto, por ejemplo cuando te has quedado completamente absorto viendo jugar a un gatito. He aquí una fórmula, tan buena como cualquier otra de las que yo conozco, para la contemplación: Vive totalmente en el presente.
Y un requerimiento absolutamente esencial, por increíble qué parezca: Abandona todo pensamiento acerca del futuro y acerca del pasado. Debes abandonar, en realidad, todo pensamiento toda frase, y hacerte totalmente presente. Y la contemplación se produce.

Después de años de entrenamiento, el discípulo pidió a su maestro que le otorgara la iluminación. El maestro
le condujo a un bosquecillo de bambúes y le dijo: «Observa qué alto es ese bambú. Y mira aquel otro, qué corto es».
Y en aquel mismo momento el discípulo recibió la iluminación.

Dicen que Buda intentó practicar toda espiritualidad, toda forma de ascetismo, toda disciplina de cuantas se practicaban en la India de su época, en un esfuerzo por alcanzar la iluminación. Y que todo fue en vano. Por último, se sentó un día bajo un árbol que le dicen 'bodhi' y allí recibió la iluminación. Más tarde transmitió el secreto de la iluminación a sus discípulos con palabras que 'pueden parecer enigmáticas a los no iniciados, especialmente a los que se entretienen en sus pensamientos: «Cuando respiréis profundamente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando profundamente. Y cuando respiréis superficialmente, sed conscientes de que estáis respirando superficialmente. Y cuan­do respiréis ni muy profunda ni muy superficialmente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando ni muy profunda ni muy superficialmente». Conciencia. Atención. Absorción. Nada más.
Esta forma de quedarse absorto podemos observarla en los niños, que son quienes tienen fácil acceso al Reino de los Cielos.

CONSCIENCIA CONSTANTE

Ningún alumno Zen se atrevería a enseñar a los demás hasta haber vivido con su Maestro al menos durante diez años. Después de diez años de aprendizaje, Tenno se convirtió en maestro.
Un día fue a visitar a su Maestro Nan-in. Era un día lluvioso, de modo que Tenno llevaba chanclos de madera y portaba un paraguas.
Cuando Tenno llegó, Nan-in le dijo: «Has dejado tus chanclos y tu paraguas a la entrada, ¿no es así?
Pues bien: ¿puedes decirme si has colocado el paraguas a la derecha o a la izquierda de los chanclos?».
Tenno no supo responder y quedó confuso. Se dio cuenta entonces de que no había sido capaz de practicar la Conciencia Constante. De modo que se hizo alumno de Nan-in y estudió otros diez años hasta obtener la Conciencia Constante.

El hombre que es constantemente consciente, el hombre que está totalmente presente en cada momento: ése es el Maestro.

LA SANTIDAD EN EL INSTANTE PRESENTE


Le preguntaron en cierta ocasión a Buda: «¿Quién es un hombre santo?». Y Buda respondió: «Cada hora se divide en cierto número de segundos, y cada segundo en cierto número de fraccio­nes. El santo es en realidad el que es capaz de estar totalmente presente en cada fracción de «segundo».

El guerrero japonés fue apresado por sus enemigos y encerrado en un calabozo. Aquella noche no podía conciliar el sueño, porque estaba convencido de que a la mañana siguiente habrían de torturarle cruelmente.
Entonces recordó las palabras de su Maestro Zen: «El mañana no es real. La única realidad es el presente». De modo que volvió al presente... y se quedó dormido.

El hombre en el que el futuro ha perdido su influencia se parece a los pájaros del cielo y a los lirios del campo. Fuera preocupa­ciones por el mañana. Vivir totalmente en el presente: He ahí al hombre santo.

LAS CAMPANAS DEL TEMPLO


El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, par decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón...
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría.

Si deseas escuchar las campanas del templo, escucha el sonido del mar.
Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces: no reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala.

LA PALABRA HECHA CARNE


En el Evangelio de San Juan leemos:

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros... Mediante ella se hizo todo; sin ella no se hizo nada de cuanto ha sido creado. Todo lo que llegó a ser estaba lleno de su vida. Y esa vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas jamás la han apagado.

Fíjate en las tinieblas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la luz. Observa silenciosamente todas las cosas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la Palabra.

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros...

Resulta penoso comprobar los denodados esfuerzos de quienes tratan de convertir de nuevo la carne en palabra. Palabras, pala­bras, palabras...

EL HOMBRE ÍDOLO


Una antigua historia hindú:
Érase una vez un mercader que naufragó y fue arrastrado hasta las costas de Ceylán, donde Vibhishana era el rey de los monstruos. El mercader fue llevado a presencia del rey. Al verle, Vibhishana quedó extasiado de gozo y dijo: «¡Ah, cómo se parece a mi Rama. Es idéntico a él!». Entonces cubrió al mercader de ricos vestidos y joyas y le adoró.

Dice el místico hindú Ramakrishna: «La primera vez que escuché esta historia sentí una alegría indescriptible. Si a Dios se le puede adorar a través de una imagen de barro, ¿por qué no se le va a Poder adorar a través del hombre?

BUSCAR EN LUGAR EQUIVOCADO


Un vecino encontró a Nasruddin cuando éste andaba buscando algo de rodillas. «¿Qué andas buscando, Mullab?».
«Mi llave. La he perdido».
Y arrodillados los dos, se pusieron a buscar la llave perdida. Al cabo de un rato dijo el vecino: «¿Dónde la perdiste?». «En casa».
«¡Santo Dios! Y entonces, ¿por qué la buscas aquí?».
«Porque aquí hay más luz».

¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos si donde lo has perdido ha sido en tu corazón?

LA PREGUNTA


Preguntaba el monje: «Todas estas montañas y estos ríos y la tierra y las estrellas... ¿de dónde vienen?
Y preguntó el Maestro: «¿Y de dónde viene tu pregunta?».

¡Busca en tu interior!

FABRICANTES DE ETIQUETAS


La vida es como una botella de buen vino. Algunos se contentan con leer la etiqueta. Otros prefieren probar su contenido.

En cierta ocasión mostró Buda una flor a sus discípulos y les pidió que dijeran algo acerca de ella.
Ellos estuvieron un rato contemplándola en silencio.
Uno pronunció una conferencia filosófica sobre la flor. Otro creó un poema. Otro ideó una parábola. Todos tratando de quedar por encima de los demás.

¡Fabricantes de etiquetas!

Mahakashyap miró la flor, sonrió y no dijo nada. Sólo él la había visto.

¡Si tan sólo pudiera probar un pájaro, una flor, un árbol, un rostro humano... ! Pero ¡ay! ¡No tengo tiempo!
Estoy demasiado ocupado en aprender a descifrar etiquetas y en producir las mías propias. Pero ni siquiera una vez he sido capaz de embriagarme con el vino.

LA FÓRMULA


El místico regresó del desierto. «Cuéntanos», le dijeron con avidez, «¿cómo es Dios?».
Pero ¿cómo podría él expresar con palabras lo que había experimentado en lo más profundo de su corazón? ¿Acaso se puede expresar la Verdad con palabras?
Al fin les confió una fórmula -inexacta, eso sí, e insuficiente-, en la esperanza de que alguno de ellos pudiera, a través de ella, sentir la tentación de experimentar por sí mismo lo que él había experimentado. Ellos aprendieron la fórmula y la convirtieron en un texto sagrado. Y se la impusieron a todos como si se tratara de un dogma. Incluso se tomaran el esfuerzo de difundirla en países extranjeros. Y algunos llegaron a dar su vida por ella.
Y el místico quedó triste. Tal vez habría sido mejor que no hubiera dicho nada.

EL EXPLORADOR


El explorador había regresado junto a los suyos, que estaban ansiosos por saberlo todo acerca del Amazonas. Pero ¿cómo podía él expresar con palabras la sensación que había inundado su corazón cuando contempló aquellas flores de sobrecogedora belleza y escuchó los sonidos nocturnos de la selva? ¿Cómo comunicar lo que sintió en su corazón cuando se dio cuenta del peligro de las fieras o cuando conducía su canoa por las inciertas aguas del río?
Y les dijo: «Id y descubridlo vosotros mismos. Nada puede sustituir al riesgo y a la experiencia personales». Pero, para orientarles, les hizo un mapa del Amazonas.
Ellos tomaron el mapa y lo colocaron en el Ayuntamiento. E hicieron copias de él para cada uno. Y todo el que tenía una copia se consideraba un experto en el Amazonas, pues ¿no conocía acaso cada vuelta y cada recodo del río, y cuán ancho y profundo era, y dónde había rápidos y dónde se hallaban las cascadas?
El explorador se lamentó toda su vida de haber hecho aquel mapa. Habría sido preferible no haberlo hecho.

Cuentan que Buda se negaba resueltamente a hablar de Dios. Probablemente sabía los peligros de hacer mapas para expertos en potencia.

TOMÁS DE AQUINO DEJA DE ESCRIBIR

Cuentan las crónicas que Tomás de Aquino, uno de los teólogos más portentosos de la historia, hacia el final de su vida dejó de Pronto de escribir. Cuando su secretario se le quejaba de que su obra estaba sin concluir, Tomás le replicó: «Hermano Reginaldo, hace unos meses, celebrando la liturgia, experimenté algo de lo Divino. Aquel día perdí todas las ganas que tenía de escribir. En realidad, todo lo que he escrito acerca de Dios me parece ahora como si no fuera más que paja».
¿Cómo puede ser de otra manera cuando el intelectual se hace místico?

Cuando el místico bajó de la montaña se le acercó. el ateo, el cual le dijo con aire sarcástico:
«¿Qué nos has traído del jardín de las delicias en el que has estado?».
Y el místico 'le respondió: «En realidad tuve intención de llenar mi faldón de flores para, a mi regreso, regalar algunas de ellas a mis amigos. Pero estando allí, de tal forma me embriagó la fragancia del jardín que hasta
me olvidé del faldón».

Los Maestros de Zen lo expresan más concisamente: «El que sabe no habla. El que habla no sabe».

EL ESCOZOR DEL DERVICHE.

Estaba pacíficamente sentado un derviche a la orilla de un río cuando un transeúnte que pasó por allí, al ver la parte posterior de su cuello desnudo, no pudo resistir la tentación de darle un sonoro golpe. Y quedó encantado del sonido que su golpe había producido en el cuello del derviche, pero éste se dolía del escozor y se levantó
para devolverle el golpe.
«Espera un momento», dijo el agresor. «Puedes devolverme el golpe si quieres, pero responde primero a la pregunta que quiero hacerte: ¿Qué es lo que ha producido el ruido: mi mano o tu cuello?
Y replicó el derviche: «Respóndete tú mismo. A mí, el dolor no me permite teorizar. Tú puedes hacerlo porque no sientes lo mismo que yo».

Cuando se experimenta lo divino, se reducen considerablemente las ganas de teorizar.

UNA NOTA DE SABIDURÍA


Nadie supo lo que fue de Kakua después de que éste abandonara la presencia del Emperador. Sencillamente, desapareció.
He aquí la historia:

Kakua fue el primer japonés que estudió Zen en China. No viajaba en absoluto. Lo único que hacía era meditar asiduamente.
Cuando la gente le encontraba y le pedía que predicara, él decía unas cuantas palabras y se marchaba a otro lugar del bosque, donde resultara más difícil encontrarle.
Cuando Kakua regresó al Japón, el Emperador oyó hablar de él y le hizo llegar su deseo de que predicara Zen ante él y toda su corte. Kakua acudió y se quedó en silencio frente al Emperador. Entonces sacó una flauta de entre los pliegues de su vestido y emitió con ella una breve nota. Después hizo una profunda inclinación ante el rey y desapareció.

Dice Confucio: «No enseñar a un hombre que está dispuesto a aprender es desaprovechar a un hombre. Enseñar a quien no está dispuesto a aprender es malgastar las palabras».

¿QUE ESTÁS DICIENDO?

El Maestro imprime su sabiduría en el corazón de sus discípulos, no en las páginas de un libro. El discípulo habrá de llevar oculta en su corazón esta sabiduría durante treinta o cuarenta años, hasta encontrar a alguien capaz de recibirla. Tal era la tradición del Zen.

El Maestro Zen Mu-nan sabía que no tenía más que un sucesor: su discípulo Shoju. Un día le hizo llamar y le dijo: «Yo ya soy un viejo, Shoju, y eres tú quien debe proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de Maestro a Maestro durante siete generaciones. Yo mismo he añadido al libro algunas notas que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor».
«Harías mejor en guardarte el libro», replicó Shoju. «Tú me transmitiste el Zen sin necesidad de palabras escritas y. seré muy dichoso de conservarlo de este modo». «Lo sé, lo sé ...» dijo con paciencia Mu-nan. «Pero aun así el libro ha servido a siete generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que tómalo y consérvalo».
Se hallaban los dos hablando junto al fuego. En el momento en que los dedos de Shoju tocaron el libro, lo arrojó al fuego.
No le apetecían nada las palabras escritas. Mu-nan; a quien nadie había visto jamás enfadado, gritó: «¿Qué disparate estás haciendo?».
Y Shoju le replicó: «¿Qué disparate estás diciendo?».

El Guru habla con autoridad de lo que él mismo ha experimen­tado. Nunca cita un libro.

EL DIABLO Y SU AMIGO


En cierta ocasión salió el diablo a pasear con un amigo. De pronto vieron ante ellos a un hombre que estaba inclinado sobre el suelo tratando de recoger algo.
«¿Qué busca ese hombre?», le preguntó al diablo su amigo.
«Un trozo de Verdad», respondió el diablo.
«¿Y eso no te inquieta?», volvió a preguntar el amigo.
«Ni lo más mínimo», respondió el diablo. «Le permitiré que haga de ello una creencia religiosa».

Una creencia religiosa es como un poste indicador que señala el camino hacia la Verdad. Pero las personas que se obstinan en adherirse al indicador se ven impedidas de avanzar hacia la Verdad, porque tienen la falsa sensación de que va la poseen.

NASRUDDIN HA MUERTO


Se hallaba en cierta ocasión Nasruddin -que tenía su día filosófico- reflexionando en alta voz: «Vida y muerte... ¿quién puede decir lo que son?». Su mujer, que estaba trabajando en la cocina le oyó y dijo:
«Los hombres sois todos iguales, absolutamente estúpidos. Todo el mundo sabe que cuando las extremidades de un hombre están rígidas y frías, ese hombre está muerto».
Nasruddin quedó impresionado por la sabiduría práctica de su mujer. Cuando, en otra ocasión, se vio sorprendido por la nieve, sintió cómo sus manos y sus pies se congelaban y se entumecían. «Sin duda estoy muerto», pensó. Pero otro pensamiento le asaltó de pronto: «¿Y qué hago yo paseando, si estoy muerto? Debería estar tendido, como cualquier muerto respetable». Y esto fue lo que hizo.
Una hora después, unas personas que iban de viaje pasaron por allí y, al verle tendido junto al camino, se pusieron a discutir si aquel hombre estaba vivo o muerto. Nasruddin deseaba con toda su alma gritar y decirles: «Estáis locos. ¿No veis que estoy muerto? ¿No veis que mis extremidades están frías y rígidas?». Pero se dio cuenta de que los muertos 'no deben hablar. De modo que refrenó su lengua.
Por fin, los viajeros decidieron que el hombre estaba muerto y cargaron sobre sus hombros el cadáver para llevarlo al cementerio y enterrarlo. No habían recorrido aún mucha distancia cuando llegaron a una bifurcación. Una nueva disputa surgió entre ellos acerca de cuál sería el camino del cementerio. Nasruddin aguantó cuanto pudo, pero al fin no fue capaz de contenerse y dijo: «Perdón, caballeros, pero, el camino que lleva al cementerio es el de la izquierda. Ya sé que se supone que los muertos no deben hablar, pero he roto la norma sólo por esta vez y les aseguro que no volveré a decir una palabra».

Cuando la realidad choca con una creencia rígidamente afirmada, la que sale perdiendo es la realidad.

HUESOS PARA PROBAR NUESTRA FE


Un intelectual cristiano que consideraba que la Biblia es literalmente verdadera hasta en sus menores detalles, fue abordado en cierta ocasión por un colega que le dijo: «Según la Biblia, la tierra fue creada hace cinco mil años aproximadamente. Pero se han descubierto huesos que demuestran que la vida ha existido en este planeta durante centenares de miles de años».
La respuesta no se hizo esperar: «Cuando Dios creó la tierra, hace cinco mil años, puso a propósito esos huesos en la tierra para comprobar si daríamos más crédito a las afirmaciones de los científicos que a su sagrada Palabra».

Una prueba más de que las creencias rígidas conducen a distor­sionar la realidad.

POR QUÉ MUEREN LAS PERSONAS BUENAS


El predicador de la aldea se hallaba visitando la casa de un anciano feligrés y, mientras tomaba una taza de café, respondía las preguntas que la abuela no dejaba de hacerle.
«¡Por qué el Señor nos envía epidemias tan a menudo?», preguntaba la anciana. «Bien...», respondía el predicador, «a veces hay personas tan malas que es preciso eliminarlas, y por ello el Señor permite las epidemias».
«Pero», objetó la abuela «entonces, ¿por qué son eliminadas tantas buenas personas junto con las malas?».
«Las buenas personas son llamadas como testigos», explicó el predicador. «El Señor quiere que todas las almas tengan un juicio justo».

No hay absolutamente nada para lo que el creyente inflexible no encuentre explicación.

EL MAESTRO NO SABE


El 'indagador' se acercó respetuosamente al 'discípulo' y le preguntó «¿Cuál es el sentido de la vida humana?».
El 'discípulo' consultó las palabras escritas de su 'maestro' y, lleno de confianza, respondió con las palabras del propio 'maestro': «La vida humana no es sino la expresión de la exuberancia de Dios».
Cuando el 'indagador' se encontró con el 'maestro' en persona, le hizo la misma pregunta; y el 'maestro' le dijo:
«No lo sé».

El 'indagador' dice: «No lo sé». Lo cual exige honradez.
El 'maestro' dice: «No lo sé». Lo cual requiere tener una mente mística capaz de saberlo todo a través del no-saber.
El 'discípulo' dice: «Yo lo sé». Lo cual requiere ignorancia, disfra­zada de conocimiento prestado.

MIRAR A SUS OJOS


El comandante en jefe de las fuerzas de ocupación le dijo al alcalde de la aldea: «Tenemos la absoluta seguridad de que ocultan ustedes a un traidor en la aldea. De modo que, si no nos lo entregan, vamos a hacerles la vida imposible, a usted y a toda su gente, por todos los medios a nuestro alcance».
En realidad, la aldea ocultaba a un hombre que parecía ser bueno e inocente y a quien todos querían, Pero ¿qué podía hacer el alcalde, ahora que se veía amenazado el bienestar de toda la aldea? Días enteros de discusiones en el Consejo de la aldea no llevaron a ninguna solución. De modo que, en última instancia, el alcalde planteó el asunto al cura del pueblo. El cura y el alcalde se pasaron toda una noche buscando en las Escrituras y, al fin, apareció la solución. Había un texto en las Escrituras que decía: «Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación». De forma que el alcalde decidió entregar al inocente a las fuerzas de ocupación, si bien antes le pidió que le perdonara. El hombre le dijo que no había nada que perdonar, que él no deseaba poner a la aldea en peligro. Fue cruelmente torturado hasta el punto de que sus gritos pudieron ser oídos por todos los habitantes de la aldea. Por fin fue ejecutado.
Veinte años después pasó un profeta por la - aldea, fue directamente al alcalde y le dijo: «¿Qué hiciste? Aquel hombre estaba destinado por Dios a ser el salvador de este país. Y tú le entregaste para ser torturado y muerto». «¿Y qué podía hacer yo?», alegó el alcalde. «El cura y yo estuvimos mirando las Escrituras y actuamos en consecuencia»..
«Ese fue vuestro error», dijo el profeta. «Mirasteis las Escrituras, pero deberíais haber mirado a sus ojos».

TRIGO DE LAS TUMBAS EGIPCIAS


En la tumba de uno de los antiguos . Faraones de Egipto fue hallado un puñado de granos de trigo. Alguien tomó aquellos granos, los plantó y los regó.
Y, para general asombro, los granos tomaron vida y retoñaron al cabo de cinco mil años.

Cuando alguien ha alcanzado la luz, sus palabras son como semillas, llenas de vida y de energía. Y pueden conservar la forma de semillas durante siglos, hasta que son sembradas en un corazón fértil y receptivo.
Yo solía pensar que las palabras escritas estaban muertas y secas. Ahora sé que están llenas de energía y de vida. Era mi corazón el que estaba frío y muerto, así que ¿cómo iba a crecer nada en él?

ENMIENDA LAS ESCRITURAS


Se acercó un hombre sabio a Buda y le dijo: «Las cosas que tú enseñas, señor, no se encuentran en las Santas Escrituras». «Entonces, ponlas tú en las Escrituras», replicó Buda.
Tras una embarazosa pausa, el hombre siguió diciendo: «¿Me permitiría sugerirle, señor, que algunas de las cosas que vos enseñáis contradicen las Santas Escrituras?».
«Entonces, enmienda las Escrituras», contestó Buda.

En las Naciones Unidas se hizo la propuesta de que se revisaran todas las Escrituras de todas las religiones del mundo. Cualquier cosa en ellas que pudiera llevar a la intolerancia, a la crueldad o al fanatismo, debería ser borrada. Cualquier cosa que de algún modo fuera en contra de la dignidad y el bienestar del hombre debería omitirse.
Cuando se descubrió que el autor de la propuesta era el propio Jesucristo, los periodistas corrieron a visitarle en busca de una más completa explicación. Y ésta fue bien sencilla y breve: «Las Escrituras, como el Sábado, son para el hombre», afirmó, «no el hombre para las Escrituras».

LA MUJER DEL CIEGO


Enseñar a un hombre inmaduro puede ser tremendamente perju­dicial:

Había un hombre que tenía una hija muy fea y se la dio en matrimonio a un ciego, porque ningún otro la habría querido. Cuando un médico se ofreció a devolver
la vista al marido ciego, el padre de la muchacha se opuso con todas sus fuerzas, pues temía que el hombre se divorciara de su hija.

Afirma Sa'di acerca de esta historia: «El marido de una mujer fea es mejor que siga ciego».

LOS PROFESIONALES


Mi vida religiosa ha estado enteramente en manos de profesio­nales. Si yo quiero aprender a orar, acudo a un director espiritual; si deseo descubrir la voluntad de Dios con respecto a mí, acudo a un retiro dirigido por un experto; para entender la Biblia recurro a un escriturista; para saber si he pecado o no, me dirijo a un moralista; y para que se me perdonen los pecados tengo que echar mano de un sacerdote.

El rey de unas islas del Pacífico Sur daba un banquete en honor de un distinguido huésped occidental.
Cuando llegó el momento de pronunciar los elogios del huésped, Su Majestad siguió sentado en el suelo mientras un orador profesional, especialmente designado al efecto, se excedía en sus adulaciones.
Tras el elocuente panegírico, el huésped se levantó para decir unas palabras de agradecimiento al rey. Pero Su Majestad le retuvo suavemente: «No se levante, por favor», le dijo. «Ya he encargado a un orador que hable por usted. En nuestra isla pensamos que el hablar en público no debe estar en manos de aficionados».

Yo me pregunto: ¿no preferiría Dios que yo fuera más 'aficio­nado' en mi relación con El?

LOS EXPERTOS


Un cuento Sufí:
Un hombre a quien se consideraba muerto fue llevado por sus amigos para ser enterrado. Cuando el féretro estaba a punto de ser introducido en la tumba, el hombre revivió inopinadamente y comenzó a golpear la tapa del féretro. Abrieron el féretro y el hombre se incorporó. «¿Qué estáis haciendo»?, dijo a los sorprendidos asistentes. «Estoy vivo. No he muerto».
Sus palabras fueron acogidas con asombrado silencio. Al fin, uno de los deudos acertó a hablar: «Amigo, tanto los médicos como los sacerdotes han certificado que habías muerto. Y ¿cómo van a haberse equivocado los expertos?». Así pues, volvieron a atornillar la tapa del féretro y lo enterraron debidamente.

LA SOPA DE LA SOPA DEL GANSO


En cierta ocasión un pariente visitó a Nasruddin, llevándole como regalo un ganso.
Nasruddin cocinó el ave y la compartió con su huésped.
No tardaron en acudir un huésped tras otro, alegando todos ser amigos de un amigo «del hombre que te ha traído el ganso». Naturalmente; todos ellos esperaban obtener comida y alojamiento a cuenta del famoso ganso.
Finalmente, Nasruddin no pudo aguantar más. Un día llegó un extraño a su casa y dijo: «Yo soy un amigo del amigo del pariente tuyo que te regaló un ganso». Y, al igual que los demás, se sentó a la mesa, esperando que le dieran de comer. Nasruddin puso ante él una escudilla llena de agua caliente.
«¿Qué es esto?», preguntó el otro. «Esto», dijo Nasruddin, «es la sopa de la sopa del ganso que me regaló mi amigo».

A veces se oye hablar de hombres que se han hecho discípulos de los discípulos de los discípulos de un hombre que ha tenido la experiencia personal de Dios.
Es absolutamente imposible enviar un beso a través de un mensajero.

EL MONSTRUO DEL RÍO


El sacerdote de la aldea era distraído en sus oraciones por los niños que jugaban ¡unto a su ventana. Para librarse de ellos, les gritó: «¡Hay un terrible monstruo río abajo. Id corriendo allá y podréis ver cómo echa fuego por la nariz!». Al poco tiempo, todo el mundo en la aldea había oído hablar de la monstruosa aparición y corría hacia el río. Cuando el sacerdote lo vio, se unió a la muchedumbre. Mientras se dirigía resollando hacia el río, que se encontraba cuatro millas más abajo, iba pensando: «La verdad es que yo he inventado la historia. Pero quién sabe si será cierta...

Es mucho más fácil creer en los dioses que hemos creado si somos capaces de convencer a los demás de su existencia.

LA FLECHA ENVENENADA


En cierta ocasión se acercó un monje a Buda y le dijo: «¿Sobreviven a la muerte las almas de los justos?».
Como era propio de él, Buda no respondió. Pero el monje insistía. Y todos los días volvía a hacerle la misma pregunta; y un día tras otro recibía el silencio como respuesta. Hasta que no pudo soportarlo y amenazó con abandonar el monasterio si no le era respondida aquella pregunta de vital importancia para él; porque ¿a santo de qué iba él a sacrificarlo todo para vivir en el monasterio, si las almas de los justos no iban a sobrevivir a la muerte?
Entonces Buda, compadecido, rompió su silencio y le dijo: «Eres como un hombre que fue alcanzado por una flecha envenenada y al poco tiempo estaba agonizando. Sus parientes se apresuraron a llevar a un médico junto a él, pero el hombre se negó a que le extrajeran la flecha o se le aplicara cualquier otro remedio mientras no le dieran respuesta a tres importantes preguntas: Primero, el hombre que le disparó ¿era blanco o negro? Segundo, ¿era un hombre alto o bajo? Y tercero, ¿era un bracmán o un paria? Si no le respondían a estas tres preguntas, el hombre se negaba a recibir todo tipo de asistencia».
El monje se quedó en el monasterio.

Es mucho más placentero hablar del camino que recorrerlo; o discutir acerca de las propiedades de una medicina que tomarla.

EL NIÑO DEJA DE LLORAR


Afirmaba aquel hombre que, en la práctica, era ateo. Si realmente pensaba por sí mismo y era honrado, tenía que admitir que no creía de veras las cosas que su religión le enseñaba. La existencia de Dios originaba tantos problemas como los que resolvía; la vida después de la muerte era un espejismo; las escrituras y la tradición habían causado tanto mal como bien. Todas estas cosas habían sido inventadas por el hombre para mitigar la soledad y la deses­peración que él observaba en la existencia humana.
Lo mejor era dejarle en paz. No decirle nada. Tal vez estaba atravesando una crisis de crecimiento y evolución.

Una vez le preguntó el discípulo a su Maestro: «¿Qué es Buda?».
Y el Maestro le respondió: «La mente es Buda».
Volvió otro día a hacerle la misma pregunta v la respuesta fue: 'No hay mente. No hay Buda'». Y el discípulo protestó: «Pero si el otro día me dijiste: 'La mente es Buda...'».
Replicó el Maestro: «Eso lo dije para que el niño dejase de llorar. Pero, cuando el niño ha dejado de llorar, digo:
No hay mente. No hay Buda ».

Tal vez el niño había dejado de llorar y ya estaba preparado para la verdad. De modo que lo mejor era dejarle solo.
* * *

Pero cuando empezó a predicar su recién descubierto ateísmo a otras personas que no estaban preparadas para ello, hubo que frenarle: «Hubo una época, la era pre-científica, en que los hombres adoraban al sol. Vino después la era científica y los hombres se dieron cuenta de que el sol no era un dios; ni siquiera era una persona. Por fin, vino la era mística y Francisco de Asís llamaría 'hermano' al sol y hablaría con él».
«Tu fe era la de un chiquillo aterrorizado. Y ahora que te has convertido en un hombre audaz, la has perdido. Ojalá llegues algún día a ser un místico' y vuelvas a encontrar tu fe».

* * *

La fe no se pierde jamás por buscar sin miedo la verdad. Sólo las creencias que expresan la fe se ven nubladas durante algún tiempo; pero, llegado el momento, se purifican.

EL HUEVO


Nasruddin se ganaba la vida vendiendo huevos. Entró una persona en su tienda y le dijo: «Adivina lo que llevo
en la mano».
«Dame una pista», dijo Nasruddin.
«Te daré más de una: Tiene la forma de un huevo y el tamaño de un huevo. Parece un huevo, sabe como un huevo y huele como un huevo. Por dentro es blanco y amarillo. Antes de cocerlo es líquido y, una vez cocido, es espeso. Además, ha sido puesto por una gallina...». «¡Ya lo tengo!», dijo Nasruddin, «¡es una clase de pastel!».

El experto tiene el don de no acertar con lo evidente.
El sumo sacerdote tiene el don de no reconocer al Mesías.

GRITAR PARA QUEDAR A SALVO... E INCÓLUME


Una vez llegó un profeta a una ciudad con el fin de convertir a sus habitantes. Al principio la gente le escuchaba cuando hablaba, pero poco a poco se fueron apartando, hasta que no hubo nadie que escuchara, las palabras del profeta.
Cierto día, un viajante le dijo al profeta: «¿Por qué sigues predicando? ¿No ves que tu misión es imposible?».
Y el profeta le respondió:
«Al principio tenía la esperanza de poder cambiarlos. Pero si ahora sigo gritando es únicamente para que no me cambien ellos a mí».

SE VENDE AGUA DEL RÍO


Aquel día, el sermón del Maestro se redujo a una sola y enigmática sentencia.
Se limitó a sonreír con ironía y a decir: «Todo lo que yo hago aquí es estar sentado en la orilla y vender agua del río».
Y concluyó su sermón.

El aguador había instalado su puesto a la orilla del río y acudían miles de personas a comprarle agua. Todo el éxito de su negocio dependía de que aquellas personas no vieran el río. Cuando, al fin,  vieron, él cerró el negocio.
El predicador tuvo un enorme éxito. Venían a él por millares a adquirir sabiduría. Cuando obtuvieron la sabiduría, dejaron de acudir a sus sermones. Y el predicador no podía ocultar su satisfacción, pues había logrado. su propósito, que no era sino el de retirarse lo antes posible, porque en el fondo sabía que él tan sólo ofrecía a la gente lo que ésta ya poseía, con tal de que fuera capaz de abrir los ojos y mirar. «Si yo no me voy», dijo Jesús a sus discípulos, «no vendrá a vosotros el Espíritu Santo».

* * *

Si hubieras dejado tan resueltamente de vender agua, la gente habría tenido más posibilidades de ver el río.

LA MEDALLA


El hombre se encuentra solo, perdido y lleno de temores en medio de este vasto universo.
La buena religión le hace audaz. La mala religión aumenta sus temores.

Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño dejara de jugar y regresara a casa antes del anochecer. De modo que, para asustarle, le dijo que el camino que llevaba a su casa era frecuentado por unos espíritus que salían tan pronto como se ponía el sol. Desde aquel momento ya no tuvo problemas para hacer que el niño regresara a casa temprano.
Pero, cuando creció, el muchacho tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus que no había modo de sacarle de casa por la noche. Entonces su madre le dio una medalla y le convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no podrían hacerle ningún mal en absoluto. Ahora el muchacho ya no tiene miedo alguno a adentrarse en la oscuridad fuertemente asido a su medalla.

La mala religión refuerza su fe en la medalla.
La buena religión le hace ver que no existen tales malos espíritus.

NASRUDDIN EN CHINA


El Mullah Nasruddin fue a China, donde reunió a un grupo de discípulos a los que preparó para alcanzar la iluminación. Pero, tan pronto como lo consiguieron, los discípulos dejaron de asistir a sus clases.
No es muy loable para un guía espiritual el que sus discípulos se sienten perennemente a sus pies.

EL GATO DEL GURÚ


Cuando, cada tarde, se sentaba el gurú para las prácticas del culto, siempre andaba por allí el gato del ashram distrayendo a los fieles. De manera que ordenó el gurú que ataran al gato durante el culto de la tarde.
Mucho después de haber muerto el gurú, seguían atando al gato durante el referido culto. Y cuando el gato murió, llevaron otro gato al ashram para poder atarlo durante el culto vespertino. Siglos más tarde, los discípulos del gurú escribieron doctos tratados acerca del importante papel que desempeña el gato en la realización de un culto como es debido.

VESTIMENTAS LITÚRGICAS


Octubre de 1917: Ha nacido la Revolución Rusa. La historia humana ha adquirido una nueva dimensión.
Dice la historia que aquel mismo mes se reunió en asamblea la Iglesia Ortodoxa Rusa y que tuvo lugar un apasionado debate acerca del color del sobrepelliz que había que usar en las funciones litúrgicas. Algunos insistieron vehementemente en que debería ser blanco, mientras que otros defendían, con la misma vehemencia, que debería ser morado.
Nerón tocaba la lira mientras ardía Roma.
Luchar a brazo partido con una revolución es infinitamente más molesto que organizar u.na preciosa liturgia. Preferiría recitar mis oraciones antes que mezclarme en reyertas de vecindario.

«DIENTES DE LEÓN»

Un hombre que se sentía orgullosísimo del césped de su jardín se encontró un buen día con que en dicho césped crecía una gran cantidad de «dientes de león». Y aunque trató por todos los medios de librarse de ellos, no pudo impedir que se convirtieran en una auténtica plaga.
Al fin escribió al ministerio de Agricultura, refiriendo todos los intentos que había hecho, y concluía la carta preguntando: «¿Qué puedo hacer?». Al poco tiempo llegó la respuesta: «Le sugerimos que aprenda a amarlos».

También yo tenía un césped del que estaba muy orgulloso, y también sufrí una plaga de «dientes de león» que traté de combatir con todos los medios a mi alcance. De modo que el aprender a amarlos no fue nada fácil.
Comencé por hablarles todos los días cordial y amistosamente. Pero ellos sólo respondían con su hosco silencio. Aún les dolía la batalla que había librado contra ellos. Probablemente rece­laban de mis motivos.
Pero no tuve que aguardar mucho tiempo a. que volvieran a sonreír y a recuperar su sosiego. Incluso respondían ya a lo que yo les decía. Pronto fuimos amigos.
Por supuesto que mi césped quedó arruinado, pero ¡qué delicioso se hizo mi jardín...!
Poco a poco iba quedándose ciego, a pesar de que trató de evitarlo por todos los medios. Y cuando las medicinas ya no surtían efecto, tuvo que combatir con todas sus emociones. Yo mismo necesitaba armarme de valor para decirle: «Te sugiero que aprendas a amar tu ceguera».
Fue una verdadera lucha. Al principio se resistía a trabar contacto con ella, a decirle una sola palabra. Y cuando, al fin, consiguió hablar con su ceguera, sus palabras eran de enfado y amargura. Pero siguió hablando y, poco a poco, las palabras fueron hacién­dose palabras de resignación; de tolerancia y de aceptación.... hasta que un día, para su sorpresa, se hicieron palabras de sim­patía... y de amor. Había llegado el momento en que fue capaz de rodear con su brazo a su ceguera y decirle: «Te amo». Y aquel día le vi sonreír de nuevo. Y ¡qué sonrisa tan dulce... !
Naturalmente que había perdido la vista para siempre. Pero ¡qué bello se hizo su rostro...! Mucho más bello que antes de que le sobreviniera la ceguera.

NO CAMBIES


Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico que yo era.
Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo
por mucho que lo intentara.

Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistía  en la necesidad de que yo cambiara.
Y también con él estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. De manera que me sentía impotente y como atrapado.

Pero un día me dijo: «No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte».
Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: «No cambies. No cambies. No cambies... Te quiero...».
Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡Oh, maravilla!, cambié.

Ahora sé que en realidad no podía cambiar hasta encontrar a alguien que me quisiera, prescindiendo de que cambiara o dejara de cambiar.
¿Es así como Tú me quieres, Dios mío?

MI AMIGO


Malik, hijo de Dinar, estaba muy preocupado por la disoluta conducta de un libertino joven que vivía en la casa contigua a la suya.
Durante mucho tiempo no hizo nada al respecto, en la esperanza de que hubiera alguien que interviniera. Pero cuando la conducta del joven se hizo absolutamente intolerable, Malik se dirigió a él y le pidió que cambiara su modo de ser.
Con toda tranquilidad, el joven informó a Malik de que él era un protegido' del Sultán y, por lo tanto, nadie podía impedirle vivir como a él se le antojara.
Malik le dijo: «Yo, personalmente, me quejaré al Sultán». Y el joven le respondió: «Será completamente inútil, porque el Sultán jamás cambiará su opinión acerca de mí». «Entonces le hablaré de ti al Sumo Creador», replicó Malik. «El Sumo Creador», dijo el joven, «es demasiado misericordioso como para reprocharme nada».
Malik quedó totalmente desarmado, por lo que desistió de su intento. Pero al poco tiempo la reputación del joven se hizo tan pésima que originó la repulsa general. Malik decidió entonces que debía intentar reprenderle. Pero, cuando se dirigía a la casa del joven, oyó una voz que le decía: «No toques a mi amigo. Está bajo mi protección». A Malik, esto le produjo una enorme confusión y, cuando se vio en presencia del joven, no supo qué decirle.
El joven le preguntó: «¿A qué has venido?». Respondió Malik: «Venía a reprenderte, pero cuando me dirigía hacia aquí una Voz me dijo que no te tocara, porque estás bajo Su protección».
El rostro del disoluto joven se transformó. «¿De veras me llamó amigo suyo?», preguntó. Pero para entonces Malik ya se había marchado. Años más tarde, Malik se encontró con él en La Meca. Las palabras de la Voz le habían impresionado de tal modo que había renunciado a todos sus bienes y se había hecho un mendigo errante. «He venido aquí en busca de mi Amigo», le dijo a Malik.
Y, dicho esto, murió.

¿Dios, amigo de un pecador? Semejante afirmación es tan arries­gada como real. Yo me la apliqué a mí mismo cuando, en cierta ocasión, dije: «Dios es demasiado misericordioso como para reprocharme nada». Y al instante escuché la Buena Noticia por primera vez en mí vida.

EL CATECUMENO ÁRABE


Al Maestro árabe Jalal ud-Din Rumi le gustaba contar la siguiente historia:

Se hallaba un día el profeta Mahoma presentando la oración matutina en la mezquita. Entre la multitud de los fieles se encontraba un joven catecúmeno árabe.
Mahoma comenzó a leer el Corán recitando el versículo en que el Faraón afirma: «Yo soy tu verdadero Dios». Al oírlo, el joven catecúmeno sintió tanta ira que rompió el silencio y gritó: «¿Será fanfarrón, el muy hijo de puta?».
El profeta no dijo nada, pero cuando acabaron las oraciones, los demás comenzaron a increpar al árabe: «¿No te da vergüenza? Has de saber que tu oración le desagrada a Dios, porque no sólo has roto el santo silencio de la oración, sino que además has usado un lenguaje obsceno en presencia del profeta de Dios».
El pobre árabe enrojeció de vergüenza y se puso a temblar de miedo, hasta que Gabriel se le apareció al profeta y le dijo: «Dios te manda sus saludos y desea que hagas que esa gente deje de increpar a ese sencillo árabe; en realidad, su sincero juramento ha movido su corazón más que las santas plegarias de muchos otros».

Cuando oramos, Dios se fija en nuestro corazón, no en nuestras fórmulas.

NOSOTROS SOMOS TRES, TÚ ERES TRES


Cuando el barco del obispo se detuvo durante un día en una isla remota, decidió emplear la jornada del modo más provechoso posible. Deambulaba por la playa cuando se encontró con tres pescadores que estaban reparando sus redes y que, en su elemental inglés, le explicaron cómo habían sido evangelizados siglos atrás por los misioneros. «Nosotros ser cristianos», le dijeron, señalándose orgullosamente a sí mismos.
El obispo quedó impresionado. Al preguntarles si conocían la Oración del Señor, le respondieron que jamás la habían oído. El obispo sintió una auténtica conmoción. ¿Cómo podían llamarse cristianos si no sabían algo tan elemental como el Padrenuestro?
«Entonces, ¿qué decís cuando rezáis?» «Nosotros levantar los ojos al cielo. Nosotros decir: 'Nosotros somos tres, Tú eres tres, ten piedad de nosotros'». Al obispo le horrorizó el carácter primitivo y hasta herético de su oración. De manera que empleó el resto del día en enseñarles el Padrenuestro. Los pescadores tardaban en aprender, pero pusieron todo su empeño y, antes de que el obispo zarpara al día siguiente, tuvo la satisfacción de oír de sus labios toda la oración sin un solo fallo.
Meses más tarde el barco del obispo acertó a pasar por aquellas islas y, mientras el obispo paseaba por la cubierta rezando sus oraciones vespertinas, recordó con agrado que en aquella isla remota había tres hombres que, gracias a pacientes esfuerzos, podían ahora rezar como era debido. Mientras pensaba esto, sucedió que levantó los ojos y divisó un punto de luz hacia el este. La luz se acercaba al barco y, 'para su asombro, vio tres figuras que caminaban hacia él sobre  el agua. El capitán detuvo el barco y todos los marineros se asomaron por la borda a observar aquel asombroso espectáculo.
Cuando se hallaban a una distancia desde donde podían hablar, el obispo reconoció a sus tres amigos, los pescadores. «¡Obispo!», exclamaron, «nosotros alegrarnos de verte. Nosotros oír tu barco pasar cerca de la isla y correr a verte».
«¿Qué deseáis?»?, les preguntó el obispo con cierto recelo.
«Obispo», le dijeron, «nosotros tristes. Nosotros olvidar bonita oración. Nosotros decir: 'Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino...'. Después olvidar.
Por favor, decirnos otra vez toda la oración». El obispo se sintió humillado. «Volved a vuestras casas, mis buenos amigos», les dijo, «y cuando recéis, decid: 'Nosotros somos tres, tú eres tres, ten piedad de nosotros'».

A veces he visto a mujeres ancianas rezar interminables rosarios en la iglesia. ¿Cómo va a glorificar a Dios ese incoherente pala­breo? Pero siempre que me he fijado en sus ojos o en sus rostros alzados al cielo, he sabido en el fondo que ellas están más cerca de Dios que muchos hombres doctos.

LA ORACIÓN PUEDE SER PELIGROSA


He aquí una de las historias predilectas del Maestro de sufí Sa'di de Shiraz:

Cierto amigo mío estaba encantado de que su mujer hubiera quedado embarazada. El deseaba ardientemente tener un hijo varón y así se lo pedía a Dios sin cesar, haciéndole una serie de promesas.
Sucedió que su mujer dio a luz a un niño, por lo que mi amigo se alegró enormemente e invitó a una fiesta a toda la aldea.
Años más tarde, volviendo yo de La Meca, pasé por la aldea de mi amigo y me enteré de que estaba en la cárcel.
«¿Por qué? ¿Qué es lo que ha hecho?», pregunté.
Sus vecinos me dijeron: «Su hijo se emborrachó, mató a un hombre y salió huyendo. De manera que arrestaron al padre y lo metieron en la cárcel».

Es verdad que pedir a Dios insistentemente lo que deseamos es un ejercicio realmente loable.
Pero es también muy peligroso.

NARADA


El sabio indio Narada partió en peregrinación hacia el templo del Señor Vishnú. Una noche se detuvo en una aldea y le dieron asilo en la choza de una pobre pareja. A la mañana siguiente, antes de que marchara, el hombre le dijo a Narada: «Ya que vas a ver al Señor Vishnú, pídele que nos conceda un hijo a mi mujer y a mí, porque son muchos años ya los que llevamos sin descendencia».
Cuando Narada llegó al templo, dijo al Señor: «Aquel hombre y su mujer fueron muy amables conmigo. Ten compasión de ellos y dales un hijo». El Señor, de un modo terminante, le replicó: «En el destino de ese hombre no está el tener hijos». De modo que Narada, una vez hechas sus devociones, regresó a casa.
Cinco años más tarde emprendió la misma peregrinación y se detuvo en la misma aldea, siendo hospedado una vez más por la misma pareja. Pero en esta ocasión había dos niños jugando a la entrada de la choza.
«¿De quién son estos niños?», preguntó Narada. «Míos», respondió el hombre.
Narada quedó desconcertado. Y el hombre prosiguió: «Hace cinco años, poco después de que tú te marcharas, llegó a nuestra aldea un santo mendigo. Nosotros le dimos hospedaje aquella noche. Y a la mañana siguiente, antes de partir, nos bendijo a mi mujer y a mí... y el Señor nos ha dado estos dos hijos».
Cuando Narada lo oyó, no pudo esperar más y marchó inmediatamente al templo del Señor Vishnú. Una vez allí, gritó desde la misma entrada del templo: «¿No me dijiste que no estaba en el destino de aquel hombre el tener hijos? ¿Cómo es que ahora tiene dos?». Cuando el Señor le oyó, rió sonoramente y dijo: «Debe de haber sido cosa de un santo. Los santos tienen el poder de cambiar el destino».

Uno recuerda instintivamente una fiesta de bodas en la que la madre de Jesús, por medio de sus súplicas, consiguió que su hijo realizara un milagro antes de lo previsto en su destino.

EL DESTINO EN UNA MONEDA


El gran general japonés Nobunaga decidió atacar, a pesar de que sólo contaba con un soldado por cada diez enemigos. El estaba seguro de vencer, pero sus soldados abrigaban muchas dudas.
Cuando marchaban hacia el combate, se detuvieron en un santuario sintoísta. Después de orar en dicho santuario, Nobunaga salió afuera y dijo: «Ahora voy a echar -una moneda al aire. Si sale cara, venceremos; si sale cruz, seremos derrotados. El destino nos revelará
su rostro».
Lanzó la moneda y salió cara. Los soldados se llenaron de tal ansia de luchar que
no encontraron ninguna dificultad para vencer. Al día siguiente, un ayudante le dijo a Nobunaga: «Nadie puede cambiar el rostro del destino».
«Exacto», le replicó Nobunaga mientras le mostraba una moneda falsa que tenía cara por ambos lados.

¿El poder de la oración? ¿El poder del destino? ¿O el poder de una fe convencida de que algo va a ocurrir?

PEDIR LA LLUVIA


Cuando acude a ti el neurótico en busca de ayuda, rara vez pretende ser curado, porque toda curación es dolorosa. Lo que realmente desea es encontrarse a gusto con su neurosis. O, mejor aún, anhela un milagro que le cure sin dolor.

Al viejo le encantaba fumar su pipa después de la cena. Una noche su mujer olió que algo se quemaba y gritó: «¡Por Dios bendito, papá! Se te están quemando los bigotes». «Ya lo sé», respondió el viejo airadamente. «¿No ves que estoy pidiendo la lluvia?».

EL ZORRO MUTILADO


Fábula del místico árabe Sa'di:
Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro.
Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. El comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a sí mismo: «Voy también yo a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito».
Así lo hizo durante muchos días; pero no sucedía nada y. el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: «¡Oh, tú, que te hallas en la senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado».

Por la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío dentro de ligero vestidito y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: «¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?». Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió: «Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti».

EL DIOS-ALIMENTO


Una vez decidió Dios visitar la tierra y envió a un ángel para que inspeccionara la situación antes de su visita.
Y el ángel regresó diciendo:
«La mayoría de ellos carece de comida; la mayoría de ellos carece también de empleo».
Y dijo Dios: «Entonces voy a encarnarme en forma de comida para los hambrientos y en forma de trabajo para los parados».

LOS CINCO MONJES


El Lama del Sur dirigió una urgente llamada al gran Lama del Norte pidiéndole que le enviara a un monje sabio y santo que iniciara a los novicios en la vida espiritual. Para general sorpresa, el Gran Lama envió a cinco monjes. en lugar de uno solo. Y a quienes le preguntaban el motivo, les respondía enigmáticamente: <<Tendremos suerte si al menos uno de los cinco consigue llegar al Lama».
El grupo llevaba algunos días en camino cuando llegó corriendo hasta ellos un mensajero. que les dijo: «El sacerdote de nuestra aldea ha muerto. Necesitamos que alguien ocupe su lugar». La aldea parecía un lugar confortable y el sueldo del sacerdote era bastante atractivo. A uno de los monjes le entró un súbito interés pastoral por aquella gente y dijo: «No sería yo un verdadero budista si no me quedara a servir a esta gente». De modo que se quedó.
Unos días más tarde sucedió que sé encontraban en el palacio de un rey que se encaprichó de uno de los monjes. «Quédate con nosotros», le dijo el rey, «y te casarás con mi hija. Y cuando yo muera, me sucederás en el trono». El monje se sintió atraído por la princesa y por el brillo de la realeza, de manera que dijo: «¿Qué mejor modo de influir en los súbditos de este reino para inclinarlos al bien que siendo rey de todos ellos? No sería un buen budista si no aceptara esta oportunidad de servir a la causa de nuestra santa religión». De modo que también éste se quedó.
El resto del grupo siguió su camino y una noche, hallándose en una región montañosa, llegaron a una solitaria cabaña habitada por una bella muchacha que les ofreció cobijo y le dio gracias a Dios por haberle enviado a aquellos monjes. Sus padres habían sido asesinados por los bandidos y la muchacha se encontraba sola v llena de ansiedad. A la mañana siguiente, cuando llegó la hora de partir, uno de los monjes dijo: «Yo me quedaré con esta muchacha. No sería un auténtico budista si no practicara la compasión». Fue el tercero en abandonar.
Los dos restantes llegaron, por último, a una aldea budista, donde, para su espanto, descubrieron que todos los habitantes de la aldea habían abandonado su religión y habían sido convencidos por un guru hindú. Uno de los dos monjes dijo: «Es mi deber hacia esta pobre gente y hacia el Señor Buda quedarme aquí y reconducirlos a la verdadera religión». Fue el último en abandonar.
Por fin, el quinto monje llegó ante el Lama del Sur. El Gran Lama del Norte había tenido razón, después de todo.

Hace años inicié la búsqueda de Dios. Una y otra vez me apartaba del camino. Y siempre por los mejores motivos: para reformar la liturgia, para transformar las estructuras de la Iglesia, para actualizar mis estudios bíblicos y aprender la teología pertinente... Por desgracia, me resulta más fácil embarcarme en el trabajo religioso, sea cual sea, que perseverar firmemente en aquella búsqueda.

ASCENDER


Entra el primer candidato: «¿Entiende usted que esto no es más que un simple 'test' que queremos hacerle antes de darle el trabajo que usted ha solicitado?». «Sí».
«Perfectamente. ¿Cuántas son dos y dos?». «Cuatro».
Entra el segundo candidato: «¿Está usted listo para el 'test'?». «Sí».
«Perfectamente. ¿Cuántas son dos y dos?». «Lo que diga el jefe».
El segundo candidato consiguió el trabajo.

La actitud del segundo candidato es muy recomendable si deseas ascender en cualquier institución, secular o religiosa. Frecuentemente te servirá para sacar estupendas notas en los crímenes religiosos. Por eso los licenciados en teología muchas  veces son más conocidos por su amor a la doctrina que por su amor a la verdad.

DIÓGENES


Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía confortablemente a base de adular al rey.
Y le dijo Aristipo: «Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas». A lo que replicó Diógenes: «Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey».

LEVANTARSE Y SER VISTO


Decir la verdad tal como uno la ve requiere mucho valor cuando uno pertenece a una institución.
Pero desafiar a la propia institución exige aún más valor. Y fue esto lo que hizo Jesús.

Cuando Kruschev pronunció su famosa denuncia de la era staliana, cuentan que uno de los presentes en el Comité Central dijo: «¿Dónde estabas tú, camarada Kruschev, cuando fueron asesinadas todas esas personas inocentes?».
Kruschev se detuvo, miró en torno por toda la sala y dijo: «Agradecería que quien lo ha dicho tuviera la bondad de ponerse en pie».
La tensión se podía mascar en la sala. Pero nadie se levantó.
Entonces dijo Kruschev: «Muy bien, ya tienes la respuesta, seas quien seas. Yo me encontraba exactamente en el mismo lugar en que tú estás ahora».

Jesús se habría levantado.

LA TIENDA DE LA VERDAD


No podía dar crédito a mis ojos cuando vi el nombre de la tienda: LA TIENDA DE LA VERDAD. Así que allí vendían verdad. La correctísima dependienta me preguntó qué clase de verdad deseaba yo comprar: verdad parcial o verdad plena. Respondí que, por supuesto, verdad plena. No quería fraudes, ni apologías, ni racionalizaciones. Lo que deseaba era mi verdad desnuda, clara y absoluta.
La dependienta me condujo a otra sección del establecimiento en la que se vendía la verdad plena.
El vendedor que trabajaba en aquella sección me miró compasivamente y me señaló la etiqueta en la que figuraba el precio. «El precio es muy elevado, señor», me dijo. «¿Cuál es?», le pregunté yo, decidido a adquirir la verdad plena a cualquier precio. «Si usted se la lleva», me dijo, «el precio consiste en no tener ya descanso durante el resto de su vida».
Salí de la tienda entristecido. Había pensado que podría adquirir la verdad plena a bajo precio. Aún no estoy listo para la Verdad. De vez en cuando ansío la paz y el descanso. Todavía necesito engañarme un poco a mí mismo con mis justificaciones y mis racionalizaciones. Sigo buscando aún el refugio de mis creencias incontestables.

LA SENDA ESTRECHA


En cierta ocasión previno Dios al pueblo de un terremoto que habría de tragarse las aguas de toda la tierra. Y las aguas que reemplazarían a las desaparecidas habrían de enloquecer a todo el mundo. Tan sólo el profeta se tomó en serio a Dios. Transportó hasta la cueva de su montaña enormes recipientes de agua, de modo que no hubiera ya de faltarle el líquido elemento en los días de su vida.
Y efectivamente, se produjo el terremoto, desaparecieron las aguas y una nueva agua llenó los arroyos y los lagos y los ríos y los estanques. Algunos meses más tarde bajó el profeta de su montaña a ver lo que había ocurrido. Y era verdad: todo el mundo se había vuelto loco y le atacaba 'a él y no quería tener nada que ver con él. Y hasta se convenció todo el mundo de que era él el que estaba loco. Así pues, el profeta regresó a su cueva de la montaña, contento por haber tenido la precaución de guardar agua. Pero, a medida que transcurría el tiempo, la soledad se le hacía insoportable.
Anhelaba tener compañía humana. De modo que descendió de nuevo a la llanura.
Pero nuevamente fue rechazado por la gente, tan diferente de él.
Entonces el profeta tomó su decisión: Tiró el agua que había guardado, bebió del agua nueva y se unió a sus semejantes en su locura.

Cuando buscas la Verdad, vas solo. La senda es demasiado estrecha para llevar compañía. Pero ¿quién puede soportar semejante soledad?

EL FARSANTE


La sala estaba abarrotada, en su mayoría por ancianas damas. Se trataba de una especie de nueva religión o secta. Uno de los oradores se levantó para hablar, vestido únicamente con un turbante y un taparrabos. Y habló emocionadamente acerca del poder de la mente sobre la materia y de la psique sobre el soma. Todo el mundo escuchaba embelesado. Al acabar, el orador regresó a su sitio, justamente enfrente de mí. Su vecino de asiento se dirigió a él y le preguntó en voz baja, aunque perfectamente audible: «¿Cree usted realmente lo que dice de que el cuerpo no siente nada, sino que todo está en la mente y que la mente puede ser conscientemente influida por la voluntad?».
«Naturalmente que lo creo», respondió el farsante con piadosa convicción. «Entonces», le replicó su vecino, «¿le importaría cambiarme el sitio? Es que estoy en medio de una corriente...».

Muchas veces he intentado desesperadamente practicar lo que predico.
Si me limitara a predicar lo que practico, sería mucho menos farsante.

EL CONTRATO SOÑADO


Eran las nueve de la mañana y Nasruddin seguía completamente dormido. El sol estaba en todo lo alto, los pájaros gorjeaban en las ramas y el desayuno de Nasruddin se estaba enfriando. De manera que su mujer le despertó. Nasruddin se espabiló furiosísimo: «¿Por qué me despiertas precisamente ahora?», gritó. «¿No podías haber aguardado un poco más?».
«El sol está en todo lo alto», replicó su mujer, «los pájaros gorjean en las ramas v tu desayuno se está enfriando»
«¡Qué mujer más estúpida!», dijo Nasruddin. «¡El desayuno es una bagatela, comparado con el contrato por valor de cien mil piezas de oro que estaba a punto de firmar!».
De modo que se dio la vuelta y se arrebujó entre las sábanas durante un largo rato, intentando recobrar el sueño y el contrato que su mujer había hecho añicos.

Ahora bien, sucedía que Nasruddin pretendía realizar una estafa en aquel contrato, y la otra parte contratante era un injusto tirano. Si, al recobrar el. sueño, Nasruddin renuncia a su estafa, será un santo.
Si se esfuerza denodadamente por liberar a la gente de la opresión del tirano, será un reformador.
Si, en medio de su sueño, de pronto cae en la cuenta de que está soñando, se convertirá en un hombre despierto y en un místico.
¿De qué vale ser un santo o un reformador si uno está dormido?

MUY BIEN, MUY BIEN...

En una aldea de pescadores, una muchacha soltera tuvo un hijo y, tras ser vapuleada, al fin reveló quién era el padre de la criatura: el maestro Zen, que se hallaba meditando todo el día en el templo situado en las afueras de la aldea.
Los padres de la muchacha y un numeroso grupo de vecinos se dirigieron al templo, interrumpieron bruscamente la meditación del Maestro, censuraron su hipocresía y le dijeron que, puesto que él era el padre de la criatura, tenía que hacer frente a su mantenimiento y educación. El Maestro respondió únicamente: «Muy bien, muy bien...».
Cuando se marcharon, recogió del suelo al niño y llegó a un acuerdo económico con una mujer de la aldea para que se ocupara de la criatura, la vistiera y la alimentara. La reputación del Maestro quedó por los suelos. Ya no se le acercaba nadie a recibir instrucción.
Al cabo de un año de producirse esta situación, la muchacha que había tenido el niño ya no pudo aguantar más y acabó confesando que había mentido. El padre de la criatura era un joven que vivía en la casa de al lado.
Los padres de la muchacha y todos los habitantes de la aldea quedaron avergonzados. Entonces acudieron al Maestro, a pedirle perdón y a solicitar que les devolviera el niño. Así lo hizo el Maestro. Y todo lo que dijo fue: «Muy bien, muy bien...».

¡El hombre despierto!
¿Perder la reputación...? No difiere demasiado de perder aquel contrato que uno estaba a punto de firmar en sueños.

LOS HIJOS MUERTOS EN SUEÑOS


Un humilde pescador y su mujer tuvieron un hijo al cabo de muchos años de matrimonio. El niño era el orgullo y la alegría de sus padres. Pero un buen día cayó gravemente enfermo. Los padres gastaron una fortuna en médicos y en medicinas.
Pero el niño murió.
La madre quedó absolutamente destrozada por la pena. El padre, por el contrario, no derramó una sola lágrima.
Cuando, después del funeral, la mujer reprochó al marido su total falta de aflicción, el pescador le dijo: «Déjame que te diga por qué no he llorado. Verás: la otra noche soñé que era un rey, padre orgulloso de ocho hijos. ¡Qué feliz era...!
Pero entonces desperté.
Y ahora estoy enormemente desconcertado. No sé si debo llorar por aquellos ocho hijos o por este otro».

EL AGUILA REAL


Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos. Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.
La vieja águila miraba asombrada hacia arriba «¿Qué es eso?», preguntó a una gallina que estaba junto a ella. «Es el águila, el rey de las aves», respondió la gallina. «Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de él». De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral.

EL PATITO


El santón sufí Shams-e Tabrizi cuenta acerca de sí mismo la siguiente historia:

Desde que era niño se me ha considerado un inadaptado. Nadie parecía entenderme. Mi propio padre me dijo en cierta ocasión: «No estás lo suficientemente loco como para encerrarte en un manicomio ni eres lo bastante introvertido como para meterte en un monasterio. No sé qué hacer contigo».
Yo le respondí: «Una vez pusieron un huevo de pata a que lo incubara una gallina. Cuando rompió el cascarón, el patito se puso a caminar junto a la gallina madre, hasta que llegaron a un estanque. El patito se fue derecho al agua, mientras la gallina se quedaba en la orilla cloqueando angustiadamente. Pues bien, querido padre, yo me he metido en el océano y he encontrado en él mi hogar. Pero tú no puedes echarme la culpa de haberte quedado en la orilla».

LA MUÑECA DE SAL


Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar. Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanto bahía visto hasta entonces. «¿Quién eres tú?», le preguntó al mar la muñeca de sal.
Con una sonrisa, el mar le respondió: «Entra y compruébalo tú misma».
Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella.
Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada: «¡Ahora ya sé quién soy!».

¿QUIÉN SOY YO?

Este es un cuento de Attar de Neishapur.

El amante llamó a la puerta de su amada. «¿Quién es», preguntó la amada desde dentro. «Soy yo», dijo el amante. «Entonces márchate. En esta casa no cabemos tú y yo».
El rechazado amante se fue al desierto, donde estuvo meditando durante meses, considerando las palabras de la amada. Por fin regresó y volvió a llamar a la puerta. «¿Quién es?». «Soy tú».
Y la puerta se abrió inmediatamente.

EL AMANTE HABLADOR


Un amante estuvo durante meses pretendiendo a su amada sin éxito., sufriendo el atroz padecimiento de verse rechazado. Al fin su amada cedió: «Acude a tal lugar a tal hora», le dijo.
Y allí, a la hora fijada, al fin se encontró el amante junto a su amada. Entonces metió la mano en su bolso y sacó un fajo de cartas de amor que había escrito durante los últimos meses. Eran cartas apasionadas en las que expresaba su dolor y su ardiente deseo de experimentar los deleites del amor y la unión con ella. Y se puso a leérselas a su amada. Pasaron las horas .v él seguía leyendo.
Por fin dijo la mujer: «¿Qué clase de estúpido eres? Todas esas cartas hablan de mí y del deseo que tienes de mí. Pues bien, ahora me tienes junto a ti y no haces más que leer tus estúpidas cartas».

«Ahora me tienes junto a ti», dijo Dios a su ferviente devoto, «y no haces más que darle vueltas a tu cabeza pensando en mí, hablar acerca de mí con tu lengua y leer lo que dicen de mí tus libros. ¿Cuándo te vas a callar y me vas a probar?».

RENUNCIAR AL «YO»


El discípulo: Vengo a ofrecerte mis servicios.
El maestro: Si renuncias a tu «yo», el servicio brotará automáticamente.

Puedes entregar todos tus bienes para ayudar a los pobres, y entregar tu cuerpo a la hoguera, y no tener amor en absoluto. Guarda tus bienes y renuncia a tu «yo». No quemes tu cuerpo; quema tu «ego». Y el amor brotará automáticamente.

ABANDONA TU NADA


Pensaba que era de vital importancia ser pobre y austero. Jamás había caído en la cuenta de que lo vitalmente importante era renunciar a su «ego»; que el «ego» engorda tanto con lo santo como con lo mundano, con la pobreza como con la riqueza, con la austeridad como con el lujo. No hay nada de lo que no se sirva el «ego» para hincharse.

El discípulo: Vengo a ti con nada en las manos.
El maestro: Entonces suéltalo en seguida.
El discípulo: Pero ¿cómo voy a soltarlo si es nada?
El maestro: Entonces llévatelo contigo.

De tu nada puedes hacer una auténtica posesión. Y llevar contigo tu renuncia como un trofeo.
No abandones tus posesiones. Abandona tu «ego».

EL MAESTRO ZEN Y EL CRISTIANO


Una vez visitó un cristiano a un maestro Zen y le dijo: «Permíteme que te lea algunas frases del Sermón de la Montaña». «Las escucharé con sumo gusto», replicó el maestro.
El cristiano leyó unas cuantas frases y se le quedó mirando. El maestro sonrió y dijo: «Quienquiera que fuese el que dijo esas palabras, ciertamente fue un hombre iluminado».
Esto agradó al cristiano, que siguió leyendo. El maestro le interrumpió y le dijo: «Al hombre que pronunció esas palabras podría realmente llamársele Salvador de la humanidad».
El cristiano estaba entusiasmado y siguió leyendo hasta el final. Entonces dijo el maestro: «Ese sermón fue pronunciado por un hombre que irradiaba divinidad».
La alegría del cristiano no tenía límites. Se marchó decidido a regresar otra vez y convencer al maestro Zen de que debería hacerse cristiano.

De regreso a su casa, se encontró con Cristo, que estaba sentado junto al camino. «¡Señor», le dijo entusiasmado, «he conseguido que aquel hombre confiese que eres divino!».
Jesús se sonrió y dijo: «¿Y qué has conseguido sino hacer que se hinche tu 'ego' cristiano?».



CONSUELO PARA EL DEMONIO


Una antigua leyenda cristiana:

Cuando el Hijo de Dios fue clavado en la cruz y 'entregó su espíritu, descendió inmediatamente a los infiernos y liberó a todos los pecadores que allí sufrían tormentos.
Y el demonio se afligió y lloró, porque creía que ya no conseguiría más pecadores para el infierno. Entonces le dijo Dios: «No llores, que yo he de enviarte a todas esas santas personas que se complacen en la autoconciencia de su bondad y dé su santurronería y en la condenación de los pecadores. Y el infierno volverá a llenarse una vez más, durante generaciones, hasta que decida yo regresar de nuevo».

MEJOR DORMIR QUE MURMURAR


Sa'di de Shiraz relata esta historia acerca de sí mismo: Cuando yo era niño, era un muchacho piadoso, ferviente en la oración y en las devociones. Una noche estaba yo velando con mi padre, mientras sostenía el Corán en mis rodillas. Todos los que se hallaban en el recinto comenzaron a adormilarse y no tardaron en quedar profundamente dormidos. De modo que le dije a mi padre: «Ni uno solo de esos dormilones
es capaz de abrir sus ojos o alzar su cabeza para decir sus oraciones. Diría uno que están todos muertos»­Y mi padre me replicó: «Mi querido hijo, preferiría que también tú estuvieras dormido como ellos, en lugar de murmurar».
La conciencia de la propia virtud es un riesgo muy propio de quien se embarca en la oración y en la piedad.

EL MONJE Y LA MUJER


De camino hacia su monasterio, dos monjes budistas se encontraron con una bellísima mujer a la orilla de un río. Al igual que ellos, quería ella cruzar el río, pero éste bajaba demasiado crecido. De modo que uno de los monjes se la echó a la espalda y la pasó a la otra orilla.
El otro monje estaba absolutamente escandalizado y por espacio de dos horas estuvo censurando su negligencia en la observancia de la Santa Regla: ¿Había olvidado que era un monje? ¿Cómo se había atrevido a tocar a una mujer y a transportarla al otro lado del río? ¿Qué diría la gente? ¿No había desacreditado la Santa Religión? Etcétera.
El acusado escuchó pacientemente el interminable sermón. Y al final estalló: «Hermano, yo he dejado a aquella mujer en el río. ¿Eres tú quien la lleva ahora?».
Dice el místico árabe Abu Hassan Bushanja: «El acto de pecar es mucho menos nocivo que el deseo y la idea de hacerlo. Una cosa es condescender con el cuerpo en un placentero acto momen­táneo y otra cosa muy distinta que la mente y el corazón lo estén rumiando constantemente».
Cuando las personas religiosas no dejan de darle vueltas a los pecados de los demás, uno sospecha que esa insistencia les propor­ciona más placer del que el pecado proporciona al pecador.

EL ATAQUE DE CORAZÓN ESPIRITUAL


El corazón del tío Tom era muy débil y el médico le había aconsejado que tuviera mucho cuidado. De modo que, cuando sus familiares se enteraron de que el tío había heredado mil millones de dólares de un pariente difunto, tuvieron miedo de comunicarle la noticia, no fuera a ser que le ocasionara un ataque al corazón.
Así pues, pidieron ayuda al párroco, el cual les aseguró que él encontraría el modo de decírselo. «Dígame, Tom», le dijo el Padre Murphy al anciano cardiópata, «si Dios, en su misericordia, le enviara mil millones de dólares, ¿qué haría usted con ellos?».
Tom pensó unos instantes y dijo sin el menor asomo de duda: «Le daría a usted la mitad para la iglesia, Padre». Al oírlo, el Padre Murphy sufrió un repentino ataque al corazón.

Cuando el próspero empresario sufrió un ataque al corazón, debido a sus esfuerzos por fomentar su imperio industrial, resultó fácil hacerle ver su codicia y su egoísmo. Cuando el párroco sufrió un ataque al corazón por promover el Reino de Dios, fue impo­sible hacerle ver que se trataba de codicia y de egoísmo, aunque fuera en una forma más aceptable. ¿Había estado realmente promoviendo el Reino de Dios o a sí mismo? El Reino de Dios no necesita ser promovido, sino que él mismo fluye espontánea­mente sin necesidad de nuestra anhelante ayuda. ¡Mucho ojo con nuestra ansia, que puede revelar nuestro egoísmo! ¿O no?

CONOCER A CRISTO


Diálogo entre un recién convertido a Cristo y un amigo no creyente:

«¿De modo que te has convertido a Cristo?». «Sí».
«Entonces sabrás mucho sobre él. Dime: ¿en qué país nació?».
«No lo sé».
«¿A qué edad murió?». «Tampoco lo sé».
«¿Sabrás al menos cuántos sermones pronunció?».
«Pues no ... No lo sé».
«La verdad es que sabes muy poco, para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo...». .
«Tienes toda la razón. Y yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de El. Pero sí que sé algo: Hace tres años, yo era un borracho.. Estaba cargado de deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. Mi mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida; no tenemos deudas; nuestro hogar es un hogar feliz; mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada' noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es lo que sé de Cristo!».

Conocer realmente. Es decir, ser transformado por lo que uno conoce.

LA MIRADA DE JESÚS


En el Evangelio de Lucas leemos lo siguiente:

Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.

Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con El, cantaba sus alabanzas, le daba gracias...
Pero siempre tuve la incómoda sensación de que El deseaba que le mirara a los ojos..., cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que El me estaba mirando. Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba. a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que El deseaba de mí.
Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir: «Te quiero». Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: «Te quiero».
Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré.

EL HUEVO DE ORO


Un pasaje de un texto sagrado:

Esto dice el Señor: Había una vez una gansa que ponía cada día un huevo de oro. La mujer del propietario de la gansa se deleitaba en las riquezas que aquellos huevos le procuraban. Pero era una mujer avariciosa y no podía soportar esperar pacientemente día tras día para conseguir el huevo. De modo que decidió matar a la gansa y hacerse con todos los huevos de una vez. Y así lo hizo: mató a la gansa y lo único que consiguió fue un huevo a medio formar y una gansa muerta que ya no podría poner más huevos. ¡Hasta aquí la palabra de Dios!
Un ateo oyó este relato y se burló: «¿Esto es lo que llamáis palabra de Dios? ¿Una gansa que pone huevos de oro? Eso, lo único que demuestra es el crédito que podéis dar a eso que llamáis 'Dios'...».
Cuando leyó el texto un sujeto versado en asuntos. religiosos, reaccionó de la siguiente manera: «El Señor nos dice claramente que hubo una gansa que ponía huevos de oro. Y si el Señor lo dice, tiene que ser cierto, por muy absurdo que pueda parecer a nuestras pobres mentes humanas. De hecho, los estudios arqueológicos nos proporcionan algunos vagos indicios de que, en algún momento de la historia antigua, existió realmente una misteriosa gansa que ponía huevos de oro. Ahora bien, preguntaréis, y con razón, cómo puede un huevo, sin dejar de ser huevo, ser al mismo tiempo de oro. Naturalmente que no hay respuesta para ello. Diversas escuelas de pensamiento religioso intentan explicarlo de distintos modos. Pero lo que se requiere, en último término, es un acto de f e en este misterio que desconcierta a la mente humana».

Hubo incluso un predicador que, después de leer el texto, anduvo viajando por pueblos y ciudades, urgiendo celosamente a la gente a aceptar el hecho de que Dios había creado huevos de oro en un determinado momento de la historia.
Pero ¿no habría empleado mejor su tiempo si se hubiera dedicado a enseñar las funestas consecuencias de la avaricia, en lugar de fomentar la creencia en los huevos de oro? Porque ¿no es acaso infinitamente menos importante decir «¡Señor, Señor! », que hacer la voluntad de nuestro Padre de los cielos?

LA BUENA NOTICIA


Esta es la Buena Noticia proclamada por Nuestro Señor Jesu­cristo:

Jesús enseñaba a sus discípulos en parábolas. Y les decía:
El Reino de los cielos es semejante a dos hermanos que vivían felices y contentos, hasta que recibieron la llamada de Dios a hacerse discípulos.
El de más edad respondió con generosidad a la llamada, aunque tuvo que ver cómo se desgarraba su corazón al separarse de su familia y de la muchacha a la que amaba y con la que soñaba casarse. Pero, al fin, se marchó a un país lejano, donde gastó su propia vida al servicio de los más pobres de entre los pobres. Se desató en aquel país una persecución, de resultas de la cual fue detenido, falsamente acusado, torturado y condenado a muerte.
Y el Señor le dijo: «Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de mil talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».
La respuesta del más joven fue mucho menos generosa. Decidió ignorar la llamada, seguir su camino y casarse con la muchacha a la que amaba. Disfrutó de un feliz matrimonio, le fue bien en los negocios y llegó a ser rico y próspero. De vez en cuando daba una limosna a algún mendigo o se mostraba bondadoso con su mujer y sus hijos. También de vez en cuando enviaba una pequeña suma de dinero a su hermano mayor, que se hallaba en un remoto país, adjuntándole una nota en la que decía: «Tal vez con esto puedas ayudar mejor a aquellos pobres diablos».
Cuando le llegó la hora, el Señor le dijo.: «Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por valor de diez talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!».
El hermano mayor se sorprendió al oír que su hermano iba a recibir la misma recompensa que él. Pero le agradó sobremanera. Y dijo: «Señor, aun sabiendo esto, si tuviera que nacer de nuevo y volver a vivir, haría
por ti exactamente lo mismo que he hecho».

Esta sí que es una Buena Noticia: un Señor generoso y un discí­pulo que le sirve por el mero gozo de servir con amor.

JONEYED Y EL BARBERO


El santo Joneyed acudió a La Meca vestido de mendigo. Estando allí, vio cómo un barbero afeitaba a un hombre rico. Al pedirle al barbero que le afeitara a él, el barbero dejó inmediatamente al hombre rico y se puso a afeitar a Joneyed. Y al acabar no quiso cobrarle. En realidad, lo que hizo fue dar además a Joneyed una limosna.
Joneyed quedó tan impresionado que decidió dar al barbero todas las limosnas que pudiera recoger aquel día.
Sucedió que un acaudalado peregrino se acercó a Joneyed y le entregó una bolsa de oro. Joneyed se fue aquella tarde a la barbería y ofreció el oró al barbero.
Pero el barbero le gritó: «¿Qué clase de santo eres? ¿No te da vergüenza pretender pagar un servicio hecho con amor?».

A veces se oye decir a la gente: «Señor, he hecho mucho por Ti. ¿Qué recompensa me vas a dar?».

* * *
Siempre que se ofrece o se busca una recompensa, el amor se hace mercenario.

Una fantasía:
El discípulo clamó al Señor: «¿Qué clase de Dios eres? ¿No te da vergüenza pretender recompensar un servicio hecho con amor?». .
El Señor sonrió y dijo: «Yo no recompenso a nadie; lo único que hago es regocijarme con tu amor».

EL HIJO MAYOR


El tema del sermón era el del hijo pródigo. El predicador hablaba con honda emoción del increíble amor del Padre. Pero ¿qué había de asombroso en el amor del Padre? Hay miles de padres humanos (y probablemente más madres aún) capaces de amar de seme­jante modo.

La parábola realmente pretendía ser una indirecta dirigida a los fariseos:

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a El para oírle; y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola...
(Lc 15, 1-2)

¡El protestón! ¡El fariseo! ¡El hijo mayor! Ahí está la finalidad de la parábola.

Estaba Dios un día paseando por el cielo cuando, para su sorpresa, se encontró con que todo el mundo se hallaba allí. Ni una sola alma había sido enviada al infierno. Esto le inquietó, porque ¿acaso no tenía obligación para consigo mismo de ser justo? Además, ¿para qué había sido creado el infierno, si no se iba a usar?
De modo que dijo al ángel Gabriel: «Reúne a todo el mundo ante mi trono y léeles los Diez Mandamientos».
Todo el mundo acudió y leyó Gabriel el primer mandamiento. Entonces dijo Dios: «Todo el que haya pecado contra este mandamiento deberá trasladarse al infierno inmediatamente». Algunas personas se separaron de la multitud y se fueron llenas de tristeza al infierno.
Lo mismo se hizo con el segundo mandamiento, con el tercero, el cuarto, el quinto... Para entonces, la población del cielo había decrecido considerablemente. Tras ser leído el sexto mandamiento, todo el mundo se fue al infierno, a excepción de un solo individuo gordo, viejo y calvo. Le miró Dios y dijo a Gabriel: «¿Es ésta la única persona que ha quedado en el cielo?». «Sí», respondió Gabriel.
«¡Vaya!», dijo Dios, «se ha quedado bastante solo, ¿no es verdad? Anda y di a todos que vuelvan».
Cuando el gordo, viejo y calvo individuo oyó que todos iban a ser perdonados, se indignó y gritó a Dios: «¡Eso es injusto! ¿Por qué no me lo dijiste antes?».

¡Ajá! ¡Otro fariseo a la vista! ¡Otro hijo mayor! ¡El hombre que cree en recompensas y castigos y que es un fanático de la más estricta justicia!

LA RELIGIÓN DE LA VIEJA DAMA


A una vieja dama de mentalidad muy religiosa, a la que no satisfacía ninguna de las religiones existentes, se le ocurrió fundar su. propia religión. Un periodista, que deseaba sinceramente comprender el punto de vista de dicha anciana, le preguntó un día: «¿De veras cree usted, como dice la gente, que nadie irá al cielo, a excepción de usted misma y de su criada?».
La vieja dama reflexionó unos instantes y respondió: «Bueno... de la pobre María no estoy tan segura».

LA FALTA DE MEMORIA DEL AMOR


«¿Por qué no dejas nunca de hablar de mis pasados errores?», le preguntó el marido a su mujer. «Yo pensaba que habías perdonado y olvidado».
«Y es cierto. He perdonado y olvidado», respondió la mujer. «Pero quiero estar segura de que tú no olvides que yo he perdonado y olvidado».

Un diálogo:
El discípulo: «;No te acuerdes de mis pecados, Señor!».
El Señor.: «¿Pecados? ¿Qué pecados? Como tú no me los recuerdes... Yo los he olvidado hace siglos».

El Amor no lleva cuenta de las ofensas.

EL LOTO


Mi amigo me tenía totalmente asombrado. Estaba decidido a demostrar a toda la vecindad lo santo que era. Incluso se había puesto un ropaje adecuado a dicho propósito. Yo siempre había creído que cuando un hombre es auténticamente santo, resulta evidente para los demás, sin necesidad de ayudarles a que lo vean. Pero mi amigo estaba determinado a proporcionar esta ayuda a sus vecinos. Llegó incluso a organizar un pequeño grupo de discípulos que demostraran ante todo el mundo esa pretendida santidad. Lo llamaban 'dar testimonio'.

Al pasar por el estanque, vi un loto en flor e instintivamente le dije: «¡Qué hermoso eres, querido loto! ¡Y qué hermoso debe de ser Dios, que te ha creado!».
El loto se ruborizó, porque jamás había tenido la menor conciencia de su gran hermosura. Pero le encantó que Dios fuera glorificado.
Era mucho más hermoso por el hecho de ser tan inconsciente de su belleza. Y me atraía irresistiblemente porque en modo alguno pretendía impresionarme.
En otro estanque situado un poco más allá pude ver cómo otro loto desplegaba sus pétalos ante mí con absoluto descaro y me decía: «Fíjate en mi belleza y glorifica a mi Hacedor».
Y me marché con mal sabor de boca.

Cuando trato de edificar, estoy tratando de impresionar a los demás. ¡Cuidado con el fariseo bienintencionado!

LA TORTUGA


Era el «líder» de un grupo religioso. Una especie de gurú. Venerado, respetado y hasta amado. Pero se me quejaba de que había perdido el calor de la compañía humana. La gente le buscaba para obtener ayuda y consejo, pero no se le acercaba como a un ser humano. No se 'relajaba' en su compañía.
¿Y cómo iban a hacerlo? Me fijé en él: era un hombre equili­brado, con perfecto dominio de sí, solemne, perfecto. Y le dije: «Tienes que hacer una difícil elección: ser una persona viva-y atractiva o equilibrada y respetada. No puedes ser ambas cosas». Se alejó de mí con tristeza. Me dijo que su situación no le permitía ser una persona activa y vitalista, ser él mismo en defi­nitiva. Tenía que desempeñar un papel y ser respetado.
Parece ser que Jesús fue un hombre vivo y libre, no una persona superequilibrada y respetada. Sabemos con certeza que sus pala­bras y su conducta chocaban a muchas personas respetables.

El emperador de China oyó hablar de la sabiduría de un eremita que vivía en las montañas del Norte y envió a él mensajeros para ofrecerle el cargo de Primer Ministro del reino.
Al cabo de muchos días de viaje, llegaron allá los mensajeros y encontraron al eremita medio desnudo, sentado sobre una roca y enfrascado en la pesca. Al principio dudaron de que pudiera ser aquél el hombre a quien en tan alto concepto tenía el emperador, pero, tras inquirir en la aldea cercana,
se convencieron de que realmente se trataba de él. De modo que se presentaron en la ribera del río y le llamaron con sumo respeto.
El eremita caminó por el agua hasta la orilla, recibió los ricos presentes de los mensajeros y escuchó su extraña petición. Cuando, al fin, comprendió que el emperador le requería a él, al eremita, para ser Primer Ministro del reino, echó la cabeza atrás y estalló en carcajadas. Y una vez que consiguió refrenar sus risas, dijo a los desconcertados mensajeros: «¿Veis aquella tortuga, cómo mueve su cola en el estiércol?».
«Sí, venerable señor», respondieron los mensajeros.
«Pues bien, decidme: ¿es cierto que cada día se reúne la corte del emperador en la capilla real para rendir homenaje a una tortuga disecada que se halla encerrada encima del altar mayor, una tortuga divina cuyo caparazón está incrustado de diamantes, rubíes y otras piedras preciosas?».
«Sí, es cierto, honorable señor», dijeron los mensajeros.
«Pues bien, ¿pensáis que aquel pobre bicho que mueve su cola en el estiércol podría reemplazar a la divina tortuga?».
«No, venerable señor», respondieron los mensajeros.
«Entonces id a decir al emperador que tampoco yo puedo. Prefiero mil veces estar vivo entre estas montañas que muerto en su palacio. Porque nadie puede vivir en un palacio y estar vivo».

BAYAZID QUEBRANTA LA NORMA


Bayazid, el santo musulmán, actuaba a veces deliberadamente en contra de las formas y ritos externos del Islam. Sucedió una vez que, volviendo de La Meca, se detuvo en la ciudad iraní de Rey. Los ciudadanos, que le veneraban, acudieron en tropel a darle la bienvenida y ocasionaron un gran revuelo en toda la ciudad. Bayazid, que estaba harto de tanta adulación, aguantó hasta llegar ala plaza del mercado. Una vez allí, compró una hogaza de pan y se puso a comerla a la vista de sus enfervorizados seguidores. Era un día de ayuno del mes de Ramadán, pero Bayazid consideró que su viaje justificaba plenamente la ruptura de la ley religiosa.
Pero no pensaban igual sus seguidores, que de tal modo se escandalizaron de su conducta que inmediatamente le abandonaron y se fueron a sus casas. Bayazid le dijo con satisfacción a uno de sus discípulos: «Fíjate cómo, en el momento en que he hecho algo contrario a lo que esperaban de mí, ha desaparecido la veneración que me profesaban».

Jesús escandalizó completamente a sus seguidores por parecidos motivos.
Las multitudes necesitan un santo a quien venerar, un gurú a quien consultar.
Existe un contrato tácito: Tú has de responder a nuestras expec­tativas y, a cambio, nosotros te ofrecemos nuestra veneración. ¡El juego de la santidad!

GENTE «A RAYAS»


Por lo general dividimos a las personas en dos categorías: la de los santos y la de los pecadores. Pero se trata de una división absolutamente imaginaria. Por una parte, nadie sabe realmente quiénes son los santos y quiénes los pecadores; las apariencias engañan. Por otra, todos nosotros, santos y pecadores, somos pecadores.

En cierta ocasión, un predicador preguntó a un grupo de niños: «Si todas las buenas personas fueran blancas y todas las malas personas fueran negras, ¿de qué color seríais vosotros?».
La pequeña Mary Jane respondió «Yo, reverendo, tendría la piel a rayas».

Y así tendría también la piel el Reverendo, y los Mahatmas, y los Papas, y los santos canonizados.

Un hombre buscaba una buena iglesia a la que asistir y sucedió que un día entró en una iglesia en la que toda
la gente y el propio sacerdote estaban leyendo el libro de oraciones y decían: «Hemos dejado de hacer cosas que deberíamos haber hecho, y hemos hecho cosas que deberíamos haber dejado de hacer».
El hombre se sentó con verdadero alivio en un banco y, tras suspirar profundamente, se dijo a sí mismo: «¡Gracias a Dios, al fin he encontrado a los míos!».

Los intentos de nuestras santas gentes por ocultar su piel rayada muchas veces no tienen éxito y siempre son fraudulentos.

MÚSICA PARA SORDOS


Yo antes estaba completamente sordo. Y veía a la gente, de pie y dando toda clase de vueltas. Lo llamaban baile. A mí me parecía absurdo... hasta que un día oí la música. Entonces comprendí lo hermosa que era la danza.

Ahora veo la absurda conducta de los santos.
Pero sé que mi espíritu está muerto. De manera que suspendo mi juicio hasta que esté vivo. Tal vez entonces comprenda.
Veo también el disparatado comportamiento de los que aman. Pero sé que mi corazón está muerto.
De modo que, en lugar de juzgarlos, he comenzado a orar para que un día mí corazón llegue a vivir.

RICOS


El marido: «¿Sabes, querida? Voy a trabajar duro y algún día seremos ricos».
La mujer: «Ya somos ricos, querido. Nos tenemos el uno al otro. Tal vez algún día también tengamos dinero».

EL PESCADOR SATISFECHO


El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.
¿Por qué no has salido a pescar?», le preguntó el industrial.
«Porque ya he pescado bastante por hoy», respondió el pescador.
«¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas?», insistió el industrial. «¿Y qué iba a hacer con ello?», preguntó a su vez el pescador.
«Ganarías más dinero», fue la respuesta. «De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, como yo».
«¿Y qué haría entonces?», preguntó '    de nuevo el pescador.
«Podrías sentarte y disfrutar de la vida», respondió el industrial.
«¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?», respondió el satisfecho pescador.

Es más acertado conservar intacta la capacidad de disfrutar que ganar un montón de dinero.

LOS SIETE TARROS DE ORO


Al pasar un barbero bajo un árbol embrujado, oyó una voz que le decía: «¿Te gustaría tener los siete tarros de oro?». El barbero miró en torno suyo y no vio a nadie. Pero su codicia se había despertado y respondió anhelante: «Sí, me gustaría mucho». «Entonces ve a tu casa en seguida», dijo la voz, «y allí los encontrarás».
El barbero fue corriendo a su casa. Y en efecto: allí estaban los siete tarros, todos ellos llenos de oro, excepto uno que sólo estaba medio lleno. Entonces el barbero no pudo soportar la idea de que un tarro no estuviera lleno del todo. Sintió un violento deseo de llenarlo; de lo contrario, no sería feliz.
Fundió todas las joyas de la familia en monedas de oro y las echó en el tarro. Pero éste seguía igual que antes: medio lleno. ¡Aquello le exasperó! Se puso a ahorrar y a economizar como un loco, hasta el punto de hacer pasar hambre a su familia. Todo inútil. Por mucho oro que introdujera en el tarro, éste seguía estando medio lleno.
De modo que un día pidió al Rey que le aumentara su sueldo. El sueldo le fue doblado y reanudó su lucha por llenar el tarro. Incluso llegó a mendigar. Y el tarro engullía cada moneda de oro que en él se introducía, pero seguía estando obstinadamente a medio llenar.
El Rey cayó en la cuenta del miserable y famélico aspecto del barbero. Y le preguntó: «¿Qué es lo que te ocurre? Cuando tu sueldo era menor, parecías tan feliz y satisfecho.
Y ahora que te ha sido doblado el sueldo, estás destrozado y abatido. ¿No será que tienes en tu poder los siete tarros de oro?». El barbero quedó estupefacto: «¿Quién os lo ha contado, Majestad?», preguntó.
El Rey se rió. «Es que es obvio que tienes los síntomas de la persona a quien el fantasma ha ofrecido los siete tarros.
Una vez me los ofreció a mí y yo le pregunté si el oro podía ser gastado o era únicamente para ser, atesorado; y él se esfumó sin decir una palabra. Aquel oro no podía ser gastado. Lo único que ocasiona es el vehemente impulso de amontonar cada vez más. Anda, ve y devuélveselo al fantasma ahora mismo y volverás a ser feliz».

PARÁBOLA SOBRE LA VIDA MODERNA


Los animales se reunieron en asamblea y comenzaron a quejarse de que los humanos no hacían-. más que quitarles cosas. «Se llevan mi leche», dijo la vaca. «Se llevan mis huevos», dijo la gallina. «Se llevan mi carne y mi tocino», dijo el cerdo. «Me persiguen para llevarse mi grasa», dijo la ballena.
Y así sucesivamente.
Por fin habló el caracol: «Yo tengo algo que les gustaría tener más que cualquier otra cosa. Algo que ciertamente me arrebatarían si pudieran: TIEMPO».

Tienes todo el tiempo del mundo. Sólo hace falta que quieras tomártelo. ¿Qué te detiene?

HOFETZ CHAIM


En el siglo pasado, un turista de los Estados Unidos visitó al famoso rabino polaco Hofetz Chaim.
Y se quedó asombrado al ver que la casa del rabino consistía sencillamente
en una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una banqueta.
«Rabino, ¿dónde están tus muebles?» preguntó el turista.
«¿Dónde están los tuyos?», replicó Hofetz.
«¿Los míos? Pero si yo sólo soy un visitante... Estoy aquí de paso... », dijo el americano.
«Lo mismo que yo», dijo el rabino.

Cuando alguien comienza a vivir más y más profundamente, vive también más sencillamente.
Por desgracia, la vida sencilla no siempre conlleva profundidad.

EL CIELO Y EL CUERVO


Un cuento del Bhagawat Purana:

Una vez volaba un cuervo por el cielo llevando en su pico un trozo de carne. Otros veinte cuervos se pusieron a perseguirle y le atacaron sin piedad. El cuervo tuvo que acabar por soltar su presa. Entonces, los que le perseguían le dejaron en paz y corrieron, graznando, en pos del trozo de carne.
Y se dijo el cuervo: «¡Qué tranquilidad ...! Ahora todo el cielo me pertenece».

Decía un monje Zen: «Cuando se incendió mi casa pude disfrutar por las noches de una visión sin obstáculos de la luna».

¡QUIÉN PUDIERA ROBAR LA LUNA...!

El maestro Zen, Ryokan, llevaba una vida sencillísima en una pequeña cabaña al pie de la montaña. Una noche, estando fuera el maestro, irrumpió un ladrón en la cabaña y se llevó un chasco al descubrir que no había allí nada que robar.
Cuando regresó Ryokan, sorprendió al ladrón. «Te has tomado muchas molestias para visitarme», le dijo al ratero.
«No deberías marcharte con las manos vacías. Por favor, llévate como regalo mis vestidos y mi manta».
Completamente desconcertado, el ladrón tomó las ropas y se largó.
Ryokan se sentó desnudo y se puso a mirar la luna. «Pobre hombre», pensó para sí mismo, «me habría gustado poder regalarle la maravillosa lux de la luna».

EL DIAMANTE


El sannyasi había llegado a las afueras de la aldea y acampó bajo un árbol para pasar la noche.
De pronto llegó corriendo hasta él un habitante de la aldea y le dijo: «¡La piedra! ¡La piedra! ¡Dame la piedra preciosa!».
«¿Qué piedra?», preguntó el sannyasi. «La otra noche se me apareció en sueños el Señor Shiva», dijo el aldeano, «y me aseguró que si venía al anochecer a las afueras de la aldea, encontraría a un sannyasi que me daría una piedra preciosa que me haría rico para siempre». El sannyasi rebuscó en su bolsa y extrajo una piedra. «Probablemente se refería a ésta»; dijo, mientras entregaba la piedra al aldeano.
«La encontré en un sendero del bosque hace unos días. Por supuesto que puedes quedarte con ella».
El hombre se quedó mirando la piedra con asombro. ¡Era un diamante! Tal vez el mayor diamante del mundo, pues era tan grande como la mano de un hombre. Tomó el diamante y se marchó.
Pasó la noche dando vueltas en la cama, totalmente incapaz de dormir.
Al día siguiente, al amanecer, fue a despertar al sannyasi y le dijo: «Dame la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de este diamante».



PEDIR UN ESPÍRITU CONTENTADIZO


El Señor Vishnú estaba tan harto de las continuas peticiones de su devoto que un día se apareció a él y le dijo: «He decidido concederte las tres cosas que desees pedirme. Después no volveré a concederte nada más».
Lleno de gozo, el devoto hizo su primera petición sin pensárselo dos veces. Pidió que muriera su mujer para poder casarse con una mejor Y su petición fue inmediatamente atendida.
Pero cuando sus amigos y parientes se reunieron para el funeral y comenzaron a recordar las buenas cualidades de su difunta esposa, el devoto cayó en la cuenta de que había sido un tanto precipitado. Ahora reconocía que había sido absolutamente ciego a las virtudes de su mujer. ¿Acaso era fácil encontrar otra mujer tan buena como ella?
De manera que pidió al Señor que la volviera a la vida. Con lo cual sólo le quedaba una petición que hacer. Y estaba decidido a no cometer un nuevo error, porque esta vez no tendría posibilidad de enmendarlo. Y se puso
a pedir consejo a los demás. Algunos de sus amigos le aconsejaron que pidiese la inmortalidad. Pero ¿de qué servía la inmortalidad -le dijeron otros- s: no tenía salud? ¿Y de qué servía la salud si no tenía dinero? ¿Y de qué servía el dinero si no tenía amigos?
Pasaban los años y no podía determinar qué era lo que debía pedir: ¿vida, salud, riquezas, poder, amor...? Al fin suplicó al Señor: «Por favor, aconséjame, lo que debo pedir».
El Señor se rió al ver los apuros del pobre hombre y le dijo: «Pide ser capaz de contentarte con todo lo que la vida te ofrezca, sea lo que sea».

LA FERIA MUNDIAL DE LAS RELIGIONES

Mi amigo y yo fuimos a la feria. LA FERIA MUNDIAL DE LAS RELIGIONES. No era una feria comercial. Era una feria de la religión. Pero la competencia era tan feroz y la propaganda igual de estruendosa.
En el «stand» judío nos dieron unos folletos en los que se decía que Dios se compadecía de todos y que los judíos eran su pueblo escogido. Los judíos. Ningún otro pueblo era tan escogido como el pueblo judío.
En el «stand» musulmán supimos que Dios era misericordioso con todos y que Mahoma era su único profeta. Que la salvación se obtiene escuchando al único profeta de Dios. En el «stand» cristiano descubrimos que Dios es Amor y que no hay salvación fuera de la Iglesia. O se entra en la Iglesia, o se corre el peligro de la condenación eterna.
Al salir pregunté a mi amigo: «¿Qué piensas de Dios?». «Que es intolerante, fanático y cruel», me respondió.

Cuando llegué a casa, le dije a Dios: «¿Cómo soportas estas cosas, Señor? ¿No ves que han estado usando mal tu nombre rante siglos?».
Y me dijo Dios: «Yo no he organizado la feria. Incluso me habría dado vergüenza visitarla».

DISCRIMINACIÓN


Volví inmediatamente a la feria de la religión. Esta vez escuché un discurso de! sumo sacerdote de la religión Balakri. Se nos dijo que el profeta Balakri, nacido en la Tierra Santa de Mesambia en el siglo V, era el Mesías.
Aquella noche volví a encontrarme con Dios. «¡Oh, Dios! Eres un gran discriminador; ¿o no? ¿Por qué el siglo V tiene que ser el siglo .de la iluminación y por qué Mesambia tiene que ser la Tierra Santa? ¿Por qué discriminas a otros siglos y a otras tierras? ¿Qué tiene de malo mi siglo, por ejemplo? ¿O qué tiene de malo mi tierra?».
A lo que respondió Dios: «Una fiesta es santa porque revela que todos los días del año son santos. Y un santuario es santo porque revela que todos los lugares están santificados. Así también, Cristo nació para mostrar que todos los hombres son hijos de Dios».

JESÚS VA AL FÚTBOL


Jesucristo nos dijo que nunca había visto un partido de fútbol. De manera que mis amigos y yo le llevamos a que viera uno. Fue una feroz batalla entre los 'Punchers' protestantes y los 'Crusaders' católicos.
Marcaron primero los 'Crusaders'. Jesús aplaudió alborozadamente y lanzó al aire su sombrero. Después marcaron los 'Punchers'. Y Jesús volvió a aplaudir entusiasmado y nuevamente voló su sombrero por los aires.
Esto pareció desconcertar a un hombre que se encontraba detrás de nosotros. Dio
una palmada a Jesús en el hombro y le preguntó: «¿A qué equipo apoya usted, buen hombre?».
«¿Yo?», respondió Jesús visiblemente excitado por el juego. «¡Ah!, pues yo no animo a ningún equipo. Sencillamente disfruto del juego».
El hombre se volvió a su vecino de asiento y, haciendo un gesto de desprecio, le susurró: «Humm... ¡un ateo!».

Cuando regresábamos, le informamos en pocas palabras a Jesús acerca de la situación religiosa del mundo actual. «Es curioso lo que ocurre con las personas religiosas, Señor», le decíamos. «Siempre parecen pensar que Dios está de su parte y en contra de los del otro bando».
Jesús asintió: «Por eso es por lo que Yo no apoyo a las religiones, sino a las personas», nos dijo. «Las personas son más importantes que las religiones. El hombre es más importante que el sábado», «Deberías tener cuidado con lo que dices», le advirtió muy preocupado uno de nosotros. «Ya fuiste crucificado una vez por decir cosas parecidas, ¿te acuerdas?». «Sí ...y por personas reli­giosas precisamente», respondió Jesús con una irónica sonrisa.

ODIO RELIGIOSO


Le decía un turista a su guía: «Tiene usted razón para sentirse orgulloso de su ciudad. Lo que me ha impresionado especialmente es el número de iglesias que tiene. Seguramente la gente de aquí debe de amar mucho al Señor». «Bueno...», replicó cínicamente el guía, «tal vez amen al Señor, pero de lo que no hay duda es de que se odian a muerte unos a otros».

Lo cual me recuerda a aquella niña` a la que preguntaron: «¿Quiénes son los paganos?». Y ella respondió: «Los paganos son personas que no se pelean por cuestiones de religión».

ORACIÓN OFENSIVA Y DEFENSIVA


El equipo de fútbol católico se dirigía a jugar un importante partido. Un periodista subió al mismo tren y entrevistó al entrenador. «Tengo entendido», le dijo el periodista, «que llevan con ustedes a un capellán para que rece por el triunfo del equipo. ¿Tendría usted inconveniente en presentármelo?». «Con mucho gusto», respondió el entrenador. «¿A cuál de ellos desea conocer: al capellán ofensivo o al defensivo?».

IDEOLOGÍA


Es abrumador lo que se puede leer acerca de la crueldad del hombre para con sus semejantes. He aquí un relato periodístico de la tortura practicada en modernos campos de concentración.

La víctima es atada a una silla metálica. Entonces se le administran descargas eléctricas, cada vez de mayor intensidad, hasta que acaba confesando.
Con la mano ahuecada, el verdugo golpea una y otra vez a la víctima en el oído, hasta que el tímpano estalla.
Sujetan con correas a la víctima a un sillón de dentista. El 'dentista', entonces, comienza a perforar con el torno, hasta llegar al nervio. Y la perforación prosigue hasta que la víctima accede a cooperar.

El hombre no es cruel por naturaleza. Se hace cruel cuando es infeliz... o cuando se entrega a una ideología.
Una ideología contra otra; un sistema contra otro; una religión contra otra. Y en medio, el hombre, que es aplastado.
Los hombres que crucificaron a Jesús probablemente no eran crueles. Es muy posible que fueran tiernos maridos y padres cariñosos que llegaron a ser capaces de grandes crueldades para mantener un sistema, o una ideología, o una religión.
Si las personas religiosas hubieran seguido siempre el instinto de su corazón, en lugar de seguir la lógica de su religión, se nos habría ahorrado asistir a espectáculos como el de la quema de herejes o el de millones de personas inocentes asesinadas en guerras libradas en nombre de la religión y del mismo Dios.
Moraleja: Si tienes que escoger entre el dictado de un corazón compasivo y las exigencias de una ideología, rechaza la ideología sin dudarlo un momento. La compasión no tiene ideología.

CAMBIAR YO PARA QUE CAMBIE EL MUNDO
El sufí Bayazid dice acerca de sí mismo: «De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: 'Señor, dame fuerzas par cambiar el mundo'». «A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: 'Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho'».
«Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: 'Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo'. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida».

Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad. Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo.

REBELDES DOMESTICADOS


Era un tipo difícil. Pensaba y actuaba de distinto modo que el resto de nosotros. Todo lo cuestionaba. ¿Era un rebelde, o un profeta, o un psicópata, o un héroe? «¿Quién puede establecer la diferencia?», nos decíamos. «Y en último término, ¿a quién le importa?».
De manera que le socializamos. Le enseñamos a ser sensible a la opinión pública y a los sentimientos de los demás. Conseguimos conformarlo. Hicimos de él una persona con la que se convivía a gusto, perfectamente adaptada. En realidad, lo que hicimos fue enseñarle a vivir de acuerdo con nuestras expectativas. Le había­mos hecho manejable y dócil.
Le dijimos que había aprendido a controlarse a sí mismo y le felicitamos por haberlo conseguido. Y él mismo empezó a felici­tarse también por ello. No podía ver que éramos nosotros quienes le habíamos conquistado a él.

Un individuo enorme entró en la abarrotada habitación y gritó: «¿Hay aquí un tipo llamado Murphy?». Se levantó un hombrecillo y dijo: «Yo soy Murphy».
El inmenso individuo casi lo mata. Le rompió cinco costillas, le partió la nariz, le puso los ojos morados y le dejó hecho un guiñapo en el suelo. Después salió pisando fuerte.
Una vez que se hubo marchado, vimos con asombro cómo el hombrecillo se reía entre dientes. «¡Cómo he engañado a ese tipo!», dijo suavemente. «¡Yo no soy Murphy! ¡Ja, ja, ja!».

Una sociedad que domestica a sus rebeldes ha conquistado su paz, pero ha perdido su futuro.

LA OVEJA PERDIDA


Parábola para educadores religiosos:

Una oveja descubrió un agujero en la cerca y se escabulló a través de él. Estaba feliz de haber escapado. Anduvo errando mucho tiempo y acabó desorientándose. Entonces se dio cuenta de que estaba siendo seguida por un lobo. Echó a correr y a correr..., pero el lobo seguía persiguiéndola. Hasta que llegó el pastor, la salvó y la condujo de nuevo, con todo cariño, al redil.
Y a pesar de que todo el mundo le instaba a lo contrario, el pastor se negó a reparar el agujero de la cerca.

LA MANZANA PERFECTA


Apenas había concluido Nasruddin su alocución cuando un bromista de entre los asistentes le dijo: «En lugar de tejer teorías espirituales, ¿por qué no nos muestras algo práctico?».
El pobre Nasruddin quedó absolutamente perplejo. «¿Qué clase de cosa práctica quieres que te muestre?», le preguntó. Satisfecho de haber mortificado al mullah y de causar impresión a los presentes,
el bromista dijo: «Muéstranos, por ejemplo, una manzana del jardín del Edén».
Nasruddin tomó inmediatamente una manzana y se la presentó al individuo. «Pero esta manzana», dijo éste, «está mala por un lado. Seguramente una manzana celestial debería ser perfecta».
«Es verdad. Una manzana celestial debería ser perfecta», dijo el mullah. «Pero, dadas tus reales posibilidades, esto es lo más parecido que jamás podrás tener a una manzana celestial».
¿Puede un hombre esperar ver una manzana perfecta con una mirada imperfecta?
¿O detectar la bondad en los demás cuando su propio corazón es egoísta?

LA ESCLAVA


Un rey musulmán se enamoró locamente de una joven esclava y ordenó que la trasladaran a palacio. Había proyectado desposarla y hacerla su mujer favorita. Pero, de un modo misterioso, la joven cayó gravemente enferma el mismo día en que puso sus pies en el palacio.
Su estado fue empeorando progresivamente. Se le aplicaron todos los remedios conocidos, pero sin ningún éxito. Y la pobre muchacha se debatía ahora entre la vida y la muerte.
Desesperado, el rey ofreció la mitad de su reino a quien fuera capaz de curarla. Pero nadie intentaba curar una enfermedad a la que no habían encontrado remedio los mejores médicos del reino.
Por fin se presentó un 'hakim' que pidió le dejaran ver a la joven a. solas. Después de hablar con ella durante una hora, se presentó ante el rey que aguardaba ansioso su dictamen. «Majestad», dijo el 'hakim', «la verdad es que tengo un remedio infalible para la muchacha. Y tan seguro estoy de su eficacia que, si no tuviera éxito, estaría dispuesto a ser decapitado. Ahora bien, el remedio que propongo se ha de ver que es sumamente doloroso..., pero no para la muchacha, sino para vos, Majestad».
«Di qué remedio es ése», gritó el rey, «y le será aplicado, cueste lo que cueste». El 'hakim' miró compasivamente al rey y le dijo: «La muchacha está enamorada de uno de vuestros criados. Dadle vuestro permiso para casarse con él y sanará inmediatamente».
¡Pobre rey...! Deseaba demasiado a la muchacha para dejarla marchar. Pero la amaba demasiado para dejarla morir.

¡Cuidado con el amor! Si te aventuras en él, él será para ti la muerte.

CONFUCIO EL SABIO


En cierta ocasión le decía Pu Shang a Confucio: «¿Qué clase de sabio eres tú, que te atreves a decir que Yen Hui te supera en honradez; que Tuan Mu Tsu es superior a ti a la hora de explicar las cosas; que Chung Yu es más valeroso que tú; y que Chuan Sun es más elegante que tú?».
En su ansia por obtener respuesta, Pu Shang casi se cae de la tarima en la que estaban sentados. «Si todo eso es cierto», añadió, «entonces, ¿por qué los cuatro son discípulos tuyos?». Confucio respondió: «Quédate donde estás y te lo diré. Yen Hui sabe cómo ser honrado, pero no sabe cómo ser flexible. Tuan Mu Tsu sabe cómo explicar las cosas, pero no sabe dar un simple 'sí' o un 'no' por respuesta. Chung Yu sabe cómo ser valeroso, pero no sabe ser prudente. Chuan Sun Shih sabe cómo ser elegante, pero no sabe ser modesto. Por eso los cuatro están contentos de estudiar conmigo».

El musulmán Jalal ud-Din Rumi dice: «Una mano que está siempre abierta o siempre cerrada es una mano paralizada. Un pájaro que no puede abrir y cerrar sus alas, jamás volará».

¡OH, FELÍZ CULPA!

El místico judío Baal Shem tenía una curiosa forma de orar a Dios. «Recuerda, Señor», solía decir, «que Tú tienes tanta necesidad de mí como yo de Ti. Si Tú no existieras, ¿a quién iba yo a orar? Y si yo no existiera, ¿quién iba a orarte a Ti?».

Me produjo una enorme alegría pensar que si yo no hubiera pecado, Dios no habría tenido ocasión de perdonar. También necesita mi pecado. Ciertamente, hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse.
¡Oh, felíz culpa! ¡Oh, necesario pecado! Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia.

EL COCO


Desde lo alto de un cocotero, un mono arrojó un coco sobre la cabeza de un sufí. El hombre lo recogió, bebió el dulce jugo, comió la pulpa y se hizo una escudilla con la cáscara.

Gracias por criticarme.

LA VOZ DEL CANTANTE LLENA LA SALA


Oído a la salida de un concierto:

«¡Vaya un cantante! Su voz llenaba la sala». «Es cierto. Varios de nosotros tuvimos que abandonar la sala para dejarle sitio».

¡Curioso! Pueden ustedes conservar sus asientos, señoras y seño­res; la voz del cantante llenará la sala, pero no ocupará ningún espacio.

* * *

Oído en una sesión de orientación espiritual:

«¿Cómo puedo amar a Dios tal como dicen las Escrituras? ¿Cómo puedo darle todo mi corazón?».
«Primero debes vaciar tu corazón de todas las cosas creadas».

¡Engañoso! No temas llenar tu corazón con las personas y las cosas que amas, porque el amor de Dios no ocupará espacio en tu corazón, del mismo modo que la voz del cantante no ocupa espacio en la sala de conciertos.

* * *

El amor no es como una hogaza de pan. Si doy un pedazo de la hogaza, me quedará menos pan que ofrecer a los demás. El amor se parece más al pan eucarístico. Cuando lo recibo, recibo a Cristo en su totalidad. Pero no por ello recibes tú menor parte de Cristo; tú también recibes a Cristo entero; y también el otro; y el de más allá.
Puedes amar a tu madre con todo tu corazón; y a tu esposa; y a cada uno de tus hijos. Lo asombroso es que el dar todo tu corazón a una persona no te obliga a dar menos a otra. Al contrario, cada una de ellas recibe más. Porque si sólo amas a tu amigo y a nadie más, de hecho lo que le ofreces es un corazón bastante pobre. Tu amigo saldrá ganando si ofreces también tu corazón a los demás.
Y Dios saldría perdiendo si insistiera en que le entregaras tu corazón únicamente a El. Regala tu corazón a otros: a tu familia, a tus amigos... y Dios saldrá ganando cuando le ofrezcas a El todo tu corazón.

«GRACIAS» Y «SÍ»

 ¿Qué significa amar a Dios? A Dios no se le ama del mismo modo que se ama a las personas a las que uno puede ver, oír y tocar. Porque Dios no es una persona en el sentido en que nosotros usamos esta palabra. Dios es el Desconocido. El total­mente Otro. Dios está por encima de expresiones tales como él o ella, persona o cosa.
Cuando decimos que la audiencia llena la sala y que la voz del cantante llena también la sala, estamos empleando la misma pala­bra para referirnos a dos realidades totalmente diferentes. Cuando decimos que amamos a Dios con todo nuestro corazón y que amamos al amigo con todo nuestro corazón, estamos también empleando las mismas palabras para expresar dos realidades totalmente diferentes. Porque la voz del cantante en realidad no llena la sala. Y no podemos realmente amar a Dios en el sentido corriente de la palabra.
Amar a Dios con todo el corazón significa decir un «Sí» incon­dicional a la vida y a todo lo que la vida trae consigo. Aceptar sin reservas todo lo que Dios ha dispuesto con relación a la propia vida. Tener la actitud que tenía Jesús cuando dijo: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Amar a Dios con todo el corazón significa hacer propias las célebres palabras de Dag Hammarskjold:

Por todo lo que ha sido, gracias. A todo lo que ha de ser, sí.

Esto es lo que únicamente puede darse a Dios. En este terreno Dios no tiene rival. Y comprender que en esto consiste amar a Dios significa,. al mismo tiempo, comprender que amar a Dios no es obstáculo para amar incondicional, tierna y apasionada­mente a los amigos.
La voz del cantante inunda la sala y sigue en posesión de la misma, prescindiendo de lo atestada de gente que la sala pueda estar. La presencia de mayor número de gente no es para ella ningún obstáculo. La única amenaza podría venir de una voz rival que pretendiera ahogarla. Dios conserva un dominio indis­cutible sobre tu corazón, prescindiendo del número de personas que quepan en él. Tampoco es obstáculo para Dios la presencia de dichas personas. La única amenaza podría venir de un intento, por parte de esas personas, de desvirtuar el «sí» incondicional que tú pronuncias a todos los planes que Dios pueda tener acerca de tu vida.

SIMÓN PEDRO


Un diálogo tomado del Evangelio:

«Y vosotros», preguntó Jesús, «¿quién decís que soy Yo?».
Tomando la palabra Simón Pedro, respondió: «Tú eres el Mesías,, el Hijo del Dios vivo». Y Jesús le dijo: «¡Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos!».

Un diálogo de nuestros días:

Jesús: «Y tú ¿quién dices que soy Yo?».
Cristiano: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús: «Muy bien respondido. Pero ¡qué pena que lo hayas aprendido de la carne y de la sangre, y no te lo haya revelado­ mi Padre que está en los cielos...!».
Cristiano: «Tienes razón, Señor. He sido engañado. Alguien me dio la respuesta antes de que tu Padre de los cielos tuviera tiempo de hablar. Y me maravilla la sabiduría que demostraste al no decir nada a Simón y al dejar que tu Padre hablara primero».

LA MUJER SAMARITANA


La mujer dejó en el suelo su cántaro de agua y marchó a la ciudad. Y dijo a la gente: «Venid y veréis al hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será el Mesías?».

Cristiano:
¡Qué lección, la de la samaritana... No dio respuestas. Se limitó a hacer una pregunta y a dejar que los demás encontraran la respuesta por sí solos. Y eso que tuvo que sentir la tentación de dar la respuesta, después de haber oído de tus propios labios: «Yo soy el Mesías, el que te está hablando».
Y fueron muchos los que se hicieron discípulos tras escuchar sus palabras. Y le dijeron a la mujer: «No creemos por lo que tú has dicho, sino porque nosotros mismos le hemos oído a El, y sabemos que El es realmente el Salvador del mundo».

Cristiano:
Me he contentado con saber acerca de Ti de segunda mano, Señor. De las Escrituras y de los santos; de Papas y predicadores... Me habría gustado poderles decir a todos ellos: «No creo por lo que vosotros habéis dicho, sino porque yo mismo le he escuchado a El».

IGNACIO DE LOYOLA


El místico del siglo XVI, Ignacio de Loyola. decía de sí mismo que, en el momento de su conversión, no tuvo a nadie que le .guiara, sino que el Señor en persona le instruyó como un maestro instruye a un niño. Y al final llegó a decir que, aunque fueran destruidas todas las Escrituras, él seguiría creyendo lo que las Escrituras revelan, porque el Señor se lo había revelado a él personalmente

Cristiano:
Yo no he tenido la misma suerte que Ignacio, Señor. Por desgracia, ha habido demasiadas personas a las que he podido acudir en busca de orientación. Y ellas me han acosado con sus constantes enseñanzas, hasta que, debido al estrépito, apenas he podido escucharte a Ti, por más que me esforzara. Nunca he tenido la fortuna de tener un conocimiento de Ti de primera mano, porque ellos solían decirme: «Nosotros somos los únicos maestros que has de tener; quien nos escucha a nosotros a Él le escucha».
Pero no tengo razón para echarles la culpa o para lamentar que hayan estado presentes en los primeros años de mi vida. Es a mí a quien debo culpar. Porque no he tenido la suficiente firmeza para silenciar sus voces; ni el valor para buscar por mí mismo; ni la determinación para esperar a que Tú hablaras; ni la fe en que algún día, en algún lugar, habrías de romper tu silencio y me hablarías.


ÍNDICE


Cómo leer estos cuentos

Advertencia y glosario

Come tú mismo la fruta
Una vital diferencia
El canto del pájaro
El aguijón
El elefante y la rata
La paloma real
El mono que salvó a un pez
Sal y algodón en el río
La búsqueda del asno
La verdadera espiritualidad
El pequeño pez
¿Has oído el canto de ese pájaro?
¡Puedo cortar madera!
Los bambúes
Conciencia constante
La santidad en el instante presente
Las campanas del templo
La Palabra hecha carne
El hombre ídolo
Buscar en lugar equivocado
La pregunta
Fabricantes de etiquetas
La fórmula
El explorador
Tomás de Aquino deja de escribir
El escozor del derviche
Una nota de sabiduría
¿Qué estás diciendo?
El diablo y su amigo
Nasruddin ha muerto
Huesos para probar nuestra fe
Por qué mueren las personas buenas
El maestro no sabe
Mirar a sus ojos
Trigo de las tumbas egipcias
Enmienda las Escrituras
La mujer del ciego
Los profesionales
Los expertos
La sopa de la sopa del ganso
El monstruo del río
La flecha envenenada
El niño deja de llorar
El huevo
Gritar para quedar a salvo... e incólume
Se vende agua del río
La medalla
Nasruddin en China
El gato del gurú
Vestimentas litúrgicas
“Dientes de león”
No cambies
Mi amigo
El catecumeno árabe
Nosotros somos tres, Tú eres tres
La oración puede ser peligrosa
Narada
El destino en una moneda
Pedir la lluvia
El zorro mutilado
El Dios-alimento
Los cinco monjes
Ascender
Diógenes
Levantarse y ser visto
La tienda de la verad
La senda estrecha
El farsante
El contrato soñado
Muy bien, muy bien
Los hjos muertos en sueños
El águila real
El patito
La muñeca de sal
¿Quién soy yo?
El amante hablador
Renunciar al “yo”
Abandona tu nada
El maestro Zen y el cristiano
Consuelo para el demonio
Mejor dormir que murmurar
Elmonje y la mujer
El ataque de corazón espiritual
Conocer a Cristo
La mirada de Jesús
El huevo de oro
La buena noticia
Joneyed y el barbero
El hijo mayor
La religión de la vieja dama
La falta de memoria del amor
El loto
La tortuga
Bayazid quebranta la norma
Gente “a rayas”
Música para sordos
Ricos
El pescador satisfecho
Los siete tarros de oro
Parábola sobre la vida moderna
Hofetz Chaim
El cielo y el cuervo
¿Quién pudiera robar la luna?
El diamante
Pedir un espíritu contentadizo
La feria mundial de las religiones
Discriminación
Jesús va al fútbol
Odio religioso
Oración ofensiva y defensiva
Ideología
Cambiar yo para que cambie el mundo
Rebeldes domesticados
La oveja perdida
La manzana perfecta
La esclava
Confucio el sabio
¡Oh, felíz culpa!
El coco
La voz del cantante llena la sala
“Gracias” y “Sí”
Simón Pedro
La mujer samaritana

Ignacio de Loyola

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada